miércoles, 29 de diciembre de 2010

VETE, YA

"Tanta paz lleves como descanso dejas."



Te despides para siempre dejando una herida certera de sable taladrando el centro de mis latidos agónicos. Yo que te abrí los postigos azules de mi vida aquella noche anciana y fría, que pinté de verde esperanza la sonrisa a cada uno de tus días grises y negros, que ni siquiera sospechaba tu intención destructora de acoso y derribo, tu condición carnívora de corazones y almas; me anudo en un rincón de tu ajado almanaque bajo los escombros de tus doce paredes en ruinas.
Ahora que apenas atisbo un rayo de luz al final del camino, que hay noches en que las estrellas salen a saludarme y la luna ilumina todos los espacios con cada una de sus tres sonrisas blancas, ahora que el sol no calienta lo suficiente para atizar las llamas de los incendios que me habitan, y a pesar de que nunca me gustó el sonido quebradizo de los pasos sobre las hojas secas caídas de los árboles, sólo un deseo me habita el pensamiento: verte la nuca agachada sobre tu espalda que se aleja sin dejar rastro bajo la hojarasca. Porque has sabido doler como un golpe atroz en la boca del estómago, como nunca creí que podían doler las cosas, vete, tu despedida no es negociable, vete y no vuelvas la vista, no vaya a ser que tus pupilas de hielo congelen mis ganas.

jueves, 23 de diciembre de 2010

LA FLOR DE LA ACHICORIA

“La felicidad es una visita poco ruidosa, solapada, sin apenas sentarse,
sin instalarse nunca. Es la sombra de una nube sobre la tierra”.
                      Antonio Gala “Los papeles de agua”



Es curioso comprobar cómo nos pasamos la vida buscando la felicidad, sí, ya sé que no existe por completo, que sólo encontramos en la búsqueda trocitos de ella tan efímeros como la flor de la achicoria silvestre que sólo dura un día, por la tarde ya no está. Y es curioso que a veces la tenemos delante y no la vemos, quizá porque no nos atrevemos a mirarla directamente a los ojos, frente a frente, sin dejarnos maniatar por el miedo a ser feliz. Porque ese miedo existe y nos engarrota sin darnos opción para abrazarla.
Así nos pasamos media vida, buscando momentos felices y dejándolos escapar por un extraño mecanismo de defensa que levantamos en forma de dique insalvable que lo mismo nos protege que nos impide vivir sin complejos.

Hoy abrí mi ventana y entró un rayo de luz a pesar de las nubes grises y la densa lluvia. Lo guardé bajo mis párpados porque sé que hoy será el primero de los días felices que seguirán en mi calendario. Prometo una sonrisa, abrazos y una copa compartida.


jueves, 16 de diciembre de 2010

DAME TIEMPO

“Desechad tristezas y melancolías.
La vida es amable, tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar".
                                                                 Federico García Lorca

 
 
Te aproximas despacio, agazapada detrás de las luces no te atreves a llamar a mi puerta. Oigo tus canciones a lo lejos, sé que estás ahí sin decidirte a dar el paso definitivo, esperando tímida sin saber cómo te recibiré o temiendo que te despida con alguna excusa con sabor a mentira.
Y no te negaré que hoy lo siento todo distinto. Yo que te esperaba ansiosa en el calendario de mis días, que aguardaba tu llegada engalanada y dulce, que hasta mis retinas se tornaban acuosas con la vuelta a casa del hijo del anuncio, yo que te vivía con la ilusión de los niños en las manos; hoy no te voy a negar que ando poniendo zancadillas al minutero de mi reloj atrasado.

…Pero espera, no pases de largo todavía, dame tiempo. Sólo me queda un chasquido de dedos en el eje de las pupilas, un latido hiperbólico a destiempo en la medianía de mi pecho, un soplo huracanado que espante las cenizas de mi alma hipnótica, …y tu entrada a bocajarro entre números cantados.

Te voy a celebrar a pesar de que en algún momento un torrente de llanto anidará y anudará mi garganta, sabiendo que traer(ás)é momentos ya vividos e irrepetibles al borde de mi memoria, y que bastarán dos segundos para que la tristeza de unas pupilas desangeladas se claven como dardos en el cristalino de mis ojos. Pero también sé que sabr(ás)é sostenerme la sonrisa en el reflejo transparente de los brindis. Por ellos, por él.

Feliz Navidad para todos.


viernes, 10 de diciembre de 2010

VOLVER

“¡Qué sentimientos tan inefables le inundan a uno cuando después de una ausencia de muchos años se vuelve a poner el pie en el lugar por donde discurrió la primera infancia! Parece como que hasta el más mísero hierbajo se vuelve para vernos pasar e inquirirnos por las causas de nuestro retorno”.
                                            Miguel Delibes   “La sombra del ciprés es alargada”


A veces pienso que existieron tus lugares cuando yo existí, porque ahora soy otra, y aquellos rincones ya no son. Eran fotogramas de una película en blanco y negro que yo conocía como las líneas de las palmas de mis manos, y que por alguna razón incomprensible, alguien fue coloreando sin mi bendición. Ahora me resultan extraños, y ellos no acaban de ubicarme en sus ángulos de color.

Apenas logro ceder a lo que el tiempo y la razón intentan hacerme aceptar. Que todo cambia, y aquellos lugares también, o desaparecieron, o fueron sustituidos por otros, o son los mismos con reflejos de otra luz. O somos nosotros los que hemos cambiado. Y el retorno inevitable a ti, al lugar donde he sido feliz, me deja un amargo sabor a metal en el cielo de la boca, y los ojos atravesados de ráfagas de dolor (o de color).

Y aunque vuelvo una y otra vez a tus calles, a tus adoquines, no logro atravesar el muro que la ausencia y la distancia levantaron entre aquella niña y sus calles en blanco y negro y la mujer que soy. Seguramente porque siempre se me dio mejor mirarte en blanco y negro que en color, y a la mínima que me descuido vuelvo a recorrerte dando círculos entre mis recuerdos.

Hoy regreso al pueblo de las fotografías de papel, al que me guardaba el rincón del asilo en el paseo, allí donde el calor de la mañana se atrincheraba hasta el anochecer; al que tenía peces en el saltador y pájaros en una enorme jaula alrededor del tronco de una palmera… Al que sólo existe en los negativos que se gestaron en el útero oscuro de las cámaras de fotos.

Ya no existen ni siquiera los sonidos que me ubicaron en tu seno y celosamente atesoré por los rincones de mi memoria. ¡Cómo olvidar aquel aviso a las dos de la tarde para ir a almorzar! Era el más exacto reloj que marcara las horas de un niño,…¡la sirena de la fábrica de orujo! Apenas daba tiempo para comer y salir callejón abajo a toda prisa, antes de que la campana del colegio martilleara mis oídos para entrar en las vespertinas clases.

Recuerdo la sinfonía desafinada de las voces de los chiquillos entrando en las aulas seguido del más apacible de los silencios, apenas roto por el trino incesante de los pájaros en las moreras. ¡Qué espectáculo de luz entreverada en tonos verdes y morados! No hay mejor paraíso para el primer bautizo al vivir de un niño que el patio de un colegio.

Hoy mis pies dibujan las calles que ayer patearon mis zapatos infantiles en busca de algún resto de aquel polvo que los cubrió, pero el viento de los años no perdona, y con su vals de los días lo fue arrastrando lejos en su nube del tiempo, dejando en su lugar un pavimento gris, frío y duro, como el de los corazones cerrados a cal y canto.

Pasear tus calles alimenta el hueco de la soledad que me regalas, da igual la esquina, la plaza o la bocacalle, siempre la encuentro al acecho, dejando en mi alma la misma sensación que la lluvia tras el cristal de una ventana cerrada.

Pero vuelvo, siempre desando el camino que me regresa a ti entre olivares, aunque sé que tú no me esperas, que duermes en tu lecho de verdes irisados, …ajena, forastera. Siempre a tus cosas.

Me miras de reojo, como reprochándome la vuelta, -a qué vienes ahora- pareces interrogarme sin mucho interés por la respuesta. Y sabes que me duele, que siento como cuchilladas frías en el mismísimo tuétano tu indiferencia. Y a veces me siento una extraña en mi propio paraíso (perdido). Es imposible zambullirse en el pasado sin salir lleno de arañazos. Así ando, con el alma escindida, ya no sé si te pertenezco o si eres mía.

Yo… yo sólo quiero que me acaricies con la mano de luz de tus mañanas y que tus brazos me rescaten de la soledad que me acecha al doblar cualquier esquina oscura de tu invierno. Bailar las canciones que me cantabas al oído y sentirme cobijada bajo las alas de tu cielo.

No es pedir mucho si te pido que me quieras como yo a ti. Recuerda que yo no sería así sin ti en mis días, ni tus días los mismos sin mí. Ni tú ni yo podemos parar los relojes. Yo me iré, pero siempre quedará mi imagen en algunas de tus fotografías. Formamos parte de la misma historia y algunas de mis cicatrices llevan escrito tu nombre…Nueva Carteya.

Aceptaré que las cosas cambian, …y nosotros también. Y que existen tus lugares de siempre, que aunque parecen distintos, aún se pueden apreciar mis huellas en tu pequeña historia de piedra, y que no existe una realidad sin tu sombra (que me persigue).
Que es mejor seguir el camino de frente, sin perder de vista el horizonte y guiar nuestros pasos hacia un futuro de colores.

Regresaré siempre a ti, a mi paraíso perdido, sabiendo que voy a descubrirte nuevos rincones. Que otros chiquillos correrán por tus aceras y otras parejas se enamorarán en los cómplices bancos de tus parques, …y hasta haré míos los sonidos de tu presente.

Y tú, ...tú nunca pienses que te abandoné, me fui, sí, pero cosida a mi alma llevo la tuya siempre. Eres mi segunda piel, en ella se aprecian todas las muescas de mis años jugando con los tuyos y allí me encuentro si me busco hacia dentro.




Nota: El texto ganó el primer premio del V Certamen Literario de la Fundación Francisco García Amo de Nueva Carteya, y a ella pertenecen todos los derechos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

LA PALOMA Y EL PAN

"Que otros se jacten de las páginas que han escrito,
                               yo lo hago de las que he leído."
                                                            Borges



Recogí el sobre sepia que me entregaban “el chache Paco” y la “chacha Amelia” a cambio de un par de besos para cada uno, y a pesar de los aplausos de los presentes en aquel salón inmenso, yo sólo pensaba en la cantidad de chicles de fresa y regalices negros que me podría comprar con la moneda de cincuenta pesetas que doblaba el sobre hacia atrás por su peso.

Tenía ocho años y me presenté por primera vez al concurso de redacción que se celebraba todos los años en el colegio antes de las fiestas navideñas. A la entrega de premios venía D. Francisco y Doña Amelia, su mujer, los fundadores del Colegio Francisco García Amo de Nueva Carteya, mi colegio, …mi pueblo.

Con nueve años me volvió a sonreír la suerte, más aplausos mientras me acercaba a la mesa del jurado para recoger otro sobre con el que endulzar las vísperas navideñas.

En mis párvulos años me gustaba escribir aquellas redacciones, pero leer y releer los pocos cuentos que adornaban la repisa de mi habitación me producía una extraña sensación que con los años he entendido al disfrutar con la lectura de buenos libros.

Aquí os dejo los dos trabajos premiados tal y como los escribí en su día, con todas las faltas de ortografía incluidas. Espero sepáis ser indulgentes con aquella niña:



Primer premio
Mª Elena Polo López, 8 años.

Tema: “Las palomas”

El palomo es un ave. Su cuerpo está cubierto de plumas. Sus patas son cortas. El cuello también es corto. Tienen cola. Las alas le sirven para volar. La casita donde vive la paloma se llama palomar. Sus ojos son redondos y pequeños. Se alimentan de trigo, pan, sebada etc. A los circos van palomas para hacer reir a la gente. El palomo es un buen amigo del hombre. Hay palomos que son blancos, otro negros, otros de colores y blancos y al mismo par negros. Lo que los hombres nos comemos del palomo con más frecuencia es la pechuga. La paloma se arrasca con el pico. Cuando la van a coger vuela y no se puede coger. Se asustan de las personas. Es vertebrado. Cuando salen a volar mueven las alas muy ligeras. Andan lentas. Tiene muy pocos dedos. Es más grande que los pajaros. En España hay muchas palomas y palomos.



Primer premio
Mª Elena Polo López, 9 años.

Tema: “El pan”

El pan se hace de la siguiente manera: Después de estar sembrado el trigo en el campo, se recoge y se lleva a la fabrica, allí se hace la arina, la arina se lleva a la panadería y los panaderos la amasan y les dan forma de mingo, de biena etc.
El pan alimenta mucho. Lo podemos comer con mermelada en la merienda o en el desayuno, también lo podemos comer con el armuerzo o cena.
El pan lo compramos en la panadería y nos lo vende el panadero.
El pan es un alimento que lo comemos todos los días como bebemos la leche.
Está compuesto en dos partes una la cortesa y el miajón.



Han pasado muchos años y la historia se ha repetido. La Fundación Benéfico- Docente Francisco García Amo convoca un certamen literario todos los años como heredero de aquellos concursos infantiles del colegio. Y ayer, 5 de diciembre del año 2010, en vísperas de fechas navideñas, me acerqué a la mesa del jurado para recoger el primer premio, y me sentí como aquella niña que recogía un sobre color sepia hace ya muchas Navidades.

El relato se titula “Volver” y lo compartiré con vosotros en una próxima entrada.


jueves, 2 de diciembre de 2010

NOCHE CERRADA

"Ahora dicen que hay muchos más universos infinitos como el nuestro.
Dime si no es para volverse loco, ¿no te sientes más pequeño?"
                Love of lesbian   "Universos infinitos"





Noche cerrada detrás de los cristales húmedos. Un viento helado se cuela por los postigos de una ventana mal cerrada y baila un rato con los visillos hace unas horas muertos. Afuera, el silencio se ilumina con la tenue luz desdibujada de las farolas cansadas de espiar aceras desiertas. A lo lejos, las luces borrosas de un coche son engullidas por la espina dorsal de esta ciudad fantasma. Una luna sorda escapa despacio de la hoja afilada de un cielo mudo que retiene miles de gotas de agua y las engorda antes de dejarlas caer sobre 
las manos desnudas de los árboles.

Suena una música tras la pared del piso de al lado y mis pies se dejan llevar hasta que una silla traza un rayo en el suelo del vecino de arriba. Unas risas, unas bocas que se beben y una despedida que se aleja en un ascensor repleto de ilusiones, hasta mañana. Huele a brasero encendido en el portal y a tabaco rubio los restos de barra de labios de la chica del quinto que se quita el maquillaje que nadie le lamió con sus besos, y piensa que el amor se olvidó, un día más, de su corazón deshabitado.

La nevera ilumina el desorden de la cocina del cuarto, como su vida, y saca una lata de Coca-cola medio vacía, como su alma. Se desploma sobre el sofá y cierra los ojos en un último trago con la esperanza de dormirse y que no amanezca nunca. El llanto de un niño se derrama por las escaleras y la llave del segundo da dos vueltas sobre los escombros en que se convirtió su vida desde que no hay nadie que abrace sus abrazos. En el tercero una pareja de amantes sincroniza sus alientos mientras recorren con las yemas de sus dedos cada una de sus vértebras impares.

La noche duerme afuera, pero la vida sigue haciendo ruido en la colmena.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

DEJANDO UN RASTRO DE PIEL MUERTA POR EL CALLEJÓN

  "Santino, ¿Qué te sucede, eh? Nunca digas lo que realmente piensas delante de gente que no conoces."          "El Padrino"



Llegaste a mi vida con todas las armas dispuesto a abrirme en canal con precisión de cirujano. Me rajaste la camisa a dentelladas, dejaste huérfana la cremallera de mi pantalón y los botones de mi chaqueta desconcertados en busca de un agujero negro por el que desaparecer. En la primera cuchillada me tenías a tu merced, malherida, agonizante, rendida, …entregada. Y con llagas en las yemas de los dedos de los pies para que me fuera imposible escapar de los barrotes de tu ventana.

Has buceado por mi tráquea hasta la boca del estómago, te has columpiado en mis costillas desde una punta a la otra del envés de mi piel, has escalado por mis vértebras impares y me has desarmado el puzle de la memoria.

Ahora llevo el corazón colgado de los dedos, indefenso y débil como sólo están los corazones que salieron del escondite de su pecho, y a la mínima que me descuido andas hurgando en el hueco de mis aurículas vaciándolas a cucharillas. Luego me afano en recomponer este amasijo de huesos y vísceras, pero siempre llego tarde y sólo me queda tararear una melodía lenta que disfrace tanta herida abierta que no deja de supurar entre renglones. Y a veces funciona.

martes, 16 de noviembre de 2010

ÚNICO Y PERFECTO

"La vida no es más que un interminable ensayo de una obra
que jamás se estrenará."
                                 "Amelie"


Nadie sabía que tenías un puñal clavado bajo la piel y que te despedías mientras se rompían nuestros corazones en latidos de ceniza. Te llevaste el verano para siempre y nos soplaste el viento y la lluvia en los lagrimales. Ahora sé que me engañaban las palabras que no me decían tus ojos como cuando era niña y me mentías jugando a ser único y perfecto.
Querías ser el protagonista de una de mis historias y ahora las ocupas todas en mi memoria, porque aunque las palabras no te cuenten, se desangran en silencio dejando un reguero viscoso serpeando los renglones que vomito. Y mientras, los días me rehúyen susurrándome canciones tristes en la nuca y empujándome hasta una encrucijada en la que sólo se atisban vías muertas y callejones sin salida trazados con geometría laberíntica.

He colocado todos los espejos de perfil en un último intento por ver reflejada la otra cara de la vida, la sonrosada, la risueña, la amable, la que tú disfrutabas; pero sólo he conseguido vislumbrar la mitad de una tristeza ahogada en media lágrima emborronada.

Hace mucho jugabas con mi inocencia y me hacías creer que eras único y perfecto, y aquella niña llegó a pensar que las cosas perfectas eran inmortales. Sólo te faltó decírmelo ahora, una  vez más, y que yo me lo creyera.
El tiempo me enseñará a vivir sin ti pero jamás me enseñará a olvidarte.

jueves, 11 de noviembre de 2010

UNA VIDA ROTA (4ª Parte)


Estábamos tan ensimismados en nuestra pena que no nos percatamos de la presencia de una enfermera que nos instaba a seguirla. El enfermo había salido del coma de forma inexplicable y se encontraba en una habitación de la planta tercera del hospital. Allí dormitaba tumbado en la cama, con los ojos cerrados y encadenado a un sinfín de tubos y aparatos. No pasé de la puerta mientras mi madre se acercaba despacio a la cama de su marido, le agarró los dedos de la mano que le quedaba libre de tubos y notó cómo se la retiraba con el peor de los desprecios que puede albergar la semiconsciencia.

Al poco llegó un médico que nos hizo acompañarlo a un pequeño despacho lleno de títulos enmarcados en la pared, con una mesa en la que se apilaban cientos de informes clínicos y una foto de una familia feliz –la suya intuí-. Por unos segundos no pude retirar la vista de la foto. La escena era idílica, el doctor abrazaba a una mujer y ésta a su vez, a una niña de sonrisa mellada.

La conversación que siguió la recuerdo lejana, retumbando en algún rincón de mi memoria:

-Señora, su marido tiene paraplejia-. No se anduvo por las ramas el doctor.

-¿Significa eso que no puede mover las piernas, que tendrá que ir en silla de ruedas?

-Lo siento señora, …firme estos documentos y llévelos a Inspección. Allí la informarán de lo que tiene que hacer. En la primera planta, la segunda puerta a la derecha-. Salió del despacho detrás de nosotros.

En aquel instante no supe reaccionar, no llegué a entender lo que la nueva situación significaba para el futuro de mi madre, e incluso para el mío, aunque un pensamiento indolente hacia la situación de mi padre se me pasó por la mente: -ahora no podría ponerle un dedo encima a mamá-. Poco tardé en convencerme de que el daño se hace también con los gestos, las miradas y las palabras, que hay miradas que te acuchillan las pupilas y palabras que te dejan en el escalón más ínfimo de la autoestima.

La estancia en el hospital se alargaba, fueron necesarias varias operaciones y algunas pruebas médicas a las que el enfermo accedía a regañadientes, y siempre acompañado de su mujer en actitud sumisa y callada empujando la silla de ruedas.

Día tras día y noche tras noche permaneció en un sillón al lado de mi padre, ayudándolo en la comida, lavándolo y pendiente de la medicación. Siempre atenta y solícita, yo diría que con amor. Y no lo entendía ¿Por qué se mostraba así?

Uno de los días en que me pasé por el hospital fui testigo de hasta dónde podía llegar la crueldad de aquel ser: desde la puerta observé cómo mi madre le ofrecía una píldora que le entregó una enfermera –Miguel, tómate esto que es para la infección- le tendió la píldora en un pequeño vasito de plástico. –¡Tú estás loca si piensas que me voy a tomar eso!- Y en ese momento le dio un manotazo que le tiró el vaso con la píldora al suelo. Entonces se puso a llorar sobre la cama mientras él continuaba: -¡Todo esto es por tu culpa, ya estarás contenta, aunque lo que tú querías era verme muerto! ¡Por mí te puedes ir y dejarme en paz, no te necesito!- En ese momento empujé la puerta que se abrió del todo, agarré los hombros de mi madre y la llevé fuera de la habitación.

Al poco regresé, lo miré con todo el desprecio de que fui capaz y con la rabia apretada entre los dientes acerté a decir: -¡te odio, siempre te odié. Ojalá hubieses muerto!-. Vi cómo apretaba el puño de la mano derecha y salí.

Después de lo ocurrido me negué a volver al hospital, aunque mi madre seguía con sus cuidados y aguantando a un ser que lo único que se merecía era el desprecio de aquella mujer.


Las horas de la tarde pasaban lentas, en el silencio desconocido para mí de aquella casa. Al día siguiente me examinaba de Literatura y todo el ambiente era propicio para el estudio, hasta que el silencio se cortó con el insistente reclamo del teléfono. -Sí, diga. …Papá ha muerto-. Me hablaba desde el otro lado del aparato la acongojada voz de mi madre.

No sentí el dolor por su ausencia, ni el vacío que debe dejar la muerte de un padre en el alma de su hijo. Aquella muerte significaba para mí el final de una etapa y el principio de la vida que aún le esperaba a una mujer joven e inteligente como mi madre.

La mañana era espléndida, el reflejo del sol en los zapatos negros nos acompañó hasta el tanatorio. Apretones de manos, abrazos y besos de gente que apenas conocía y algunas lágrimas.

Pedí por favor quedarme sólo un momento con el féretro y todos salieron de aquel cuarto marrón con olor a fregasuelos barato. Aún estaba abierta la caja, me acerqué, quería decirle todo lo que callé durante mis pocos años adolescentes, escupir todo el dolor acumulado, arrojarle la furia, la rabia y la ira reprimida que habitaba en mi pecho. Estaba blanco, con el gesto sereno que nunca le vi. Fue entonces cuando se me pasó por la cabeza una idea descabellada que no pude controlar. Me desabroché el cinturón, bajé la cremallera de mi pantalón y regué todo el cadáver con una inmensa meada.

Jamás me había provocado tanto placer aquel hecho fisiológico tan cotidiano. Recompuse mi vestimenta y respiré hondo.

Al poco entraron dos operarios en aquel cuarto marrón y colocaron la tapa del ataúd. –Uf…, empieza a oler ya- le dijo uno de los hombres a su compañero.

Fin.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

UNA VIDA ROTA (3ª Parte)



Cada día llegaba más tarde y más bebido, su aspecto era lamentable, y su aliento pestilente se expandía por el aire de la habitación, dejando en suspensión miles de átomos de un hedor a licor rancio. Aquella noche se demoró más de lo normal, cuando llegó, mamá y yo ya estábamos dormidos. Entró en el dormitorio de matrimonio tambaleándose, se acercó a la cama y tiró de las sábanas hacia abajo.

-¡Despierta! ¡Y ponme la cena, ¿qué haces acostada?! –gritaba con la cara desencajada mientras mi madre de un salto se puso en pie con las piernas temblando y el miedo arañándole la mirada. El frío de las baldosas le acuchilló la planta de los pies, escaló por sus entrañas y le estalló en mitad del pecho.

Luego se dirigió a mi habitación.

-¡Y tú, levanta! ¡Cuántas veces tengo que decir que me esperéis despiertos! –se inclinó sobre mi cama, me sacudió agarrándome de los hombros y comenzó a abofetearme la cara.

Armada del poco valor que le quedaba y empujada por el instinto de conservación y protección que sólo desarrolla una madre, arrastró su osamenta por el pasillo y forcejearon en desigualdad de condiciones. A mí jamás me había pegado y la primera vez bastó para sentir en su alma una fuerza sobrenatural que la hizo hablar: -¡No se te ocurra tocarlo!-.

-¿Y qué me vas a hacer? ¿eh? ¡Este es mi hijo y tú lo pones en mi contra, le hablas mal de mí, lo único que quieres es conseguir que me odie. Igual que tú! ¡Eres una mala puta! ¡No sirves para nada! –La empujó contra la pared, le cruzó la cara con dos bofetadas y salió por la puerta dando tres zancadas y un portazo que retumbó en mis tímpanos. Mastiqué el aire denso de la habitación y tragué saliva con un puñado de arena. Mi madre permanecía tirada en el suelo, me acerqué a ella, le tomé la cara entre mis manos y enjugué con un pañuelo de papel el hilo de sangre que bajaba desde su nariz hasta la boca dejándole un sabor dulzón a metal en la garganta. Sólo quería abrazarme a ella, sentir el refugio de su vientre, meterme en mi cápsula fetal y oír tan sólo los latidos de su corazón. Huir de este mundo y volver a cuando todo estaba bien.

A pesar de que los días se alargaban en el tiempo como el eco de un grito entre montañas, pasaron uno tras otro, y como las gotas que lentamente caen de la estalactita de un tejado creando un charco de agua sobre el suelo, mi vaso se fue colmando poco a poco de gotas de odio hasta el ras de mi aguante. Tenía dieciséis años y le sacaba la cabeza a mi padre, y aunque su fuerza era mayor a la mía, empecé a imponerme –era fácil- a un borracho que apenas se mantenía erguido.

Un día salió de casa y a las dos horas aproximadamente, el ring-ring del teléfono ensordeció el eco del último portazo que aún se repetía en mis oídos: -¿Señora Montes? Sí, dígame. La llamamos del hospital, su marido ha tenido un accidente de coche.

Cuando llegamos al hospital nos comunicaron que D. Miguel Montes se encontraba en estado comatoso y que aún era pronto para prever futuros acontecimientos. Sólo cabía esperar.

Si de esperar se trataba, yo sólo esperaba que se muriera. En aquel momento no me cabía en la cabeza otro deseo. Lo odiaba, lo odié en silencio muchos años, y ese rencor se expandía en toda su amplitud por mis pensamientos, dejándolo como único inquilino de mi cabeza.

Sin embargo la cara de mamá era el fiel reflejo de la preocupación. Habían estado juntos muchos años, idearon un proyecto en común cargado de ilusiones y de futuro, lo había amado y creía que él, en su interior y a su manera también la quería. Ella le dio dieciocho años de amor y a cambio recibió dieciséis de desprecios.

La tenía enfrente, sentada en una silla azul en la sala de espera, consumida por el tiempo, con las manos juntas y sin color en la mirada. Apenas le quedaban restos de la bella joven que fue, de aquellos ojos almendrados y aquella sonrisa blanca perenne que yo conocía por fotografías.

-Mamá, …y si se muere…- Alcancé a decir en voz baja.

-¡Calla, no digas eso! Es tu padre, jamás digas eso.- Me recriminó con gesto acusador.

-Pero mamá, no entiendo por qué lo defiendes, siempre te hizo la vida imposible, jamás te ha querido, ni a mí.

Entonces se sentó a mi lado y empezó a narrarme la historia de un amor idílico que poco tardé en descubrir como algo inventado, me relataba lo que ella añoraba, lo que quería que hubiese sido su vida y que no fue, sus ilusiones pasadas y que no era consciente de que se habían roto en el presente. Por un momento pensé que había perdido la cabeza.

-Mamá, todo eso está en tu cabeza pero no tiene nada que ver con la realidad.- La interrumpí agarrándole las manos y noté la tristeza de sus ojos acariciando los míos.

(Continuará...)


martes, 9 de noviembre de 2010

UNA VIDA ROTA (2ª Parte)



Pocas veces la vi hablar con alguna vecina, y esas pocas veces lo hacía cuando mi padre estaba en su trabajo, un almacén de embalaje y distribución de muebles. Recuerdo un día, creo que de primeros del mes de junio porque yo estaba en casa por la tarde, cuando se clausuraban las clases vespertinas por el calor incipiente del verano; oí el tintineo de las llaves sobre la cerradura de la puerta a la vez que a mi madre se le abrían los ojos como si intentara cerrarla con ellos. Y su cara se tornó del color de la muerte. Fue la primera vez que vi a un muerto de cerca, en este caso a una muerta. Bajo el dintel de la puerta apareció aquel hombre, digo hombre porque para mí se trataba de un hombre desconocido, no era mi padre. Traía el pelo descolocado, algo inusual en él pues siempre dedicaba mucho tiempo a alinear cada mechón de cabello en su sitio correspondiente, ayudándose de un poco de gomina. Apoyó un brazo sobre el marco izquierdo de la puerta y con la cabeza un tanto agachada, miraba a la señora Carmen, -vecina de enfrente que en ese momento se encontraba en nuestra casa- como si la fuese a embestir como un toro a su torero.

-¡¿Ya estamos de chismorreo…?!- vociferó mi padre haciendo que su grito llenase el aire del pasillo, bajase por la escalera y el eco subiese por todas las plantas hasta la azotea del inmueble.

-No, si… yo ya me iba- salió la señora Carmen, sin decir adiós por debajo del brazo de aquel hombre que aún sostenía el quicio de la puerta con su mano izquierda.

Cuando la señora Carmen hubo entrado en su casa, mi padre dio un portazo y las paredes se quejaron con el crujido de una grieta. Se acercó a su mujer y con dos dedos enormes la agarró del mentón apretando con fuerza:

-¡Que te he dicho millones de veces que no quiero ver a la chismosa esa en mi casa!- le gritaba con los dientes apretados mientras ella andaba de puntillas hacia atrás, con los ojos húmedos y llenos de horror, tenía ante sí al mismísimo Satanás.

-…Es que…es que…vino a ped... ¡no, por favor! ¡Miguel!...¡el niño!

-¡Que te calles te digo! ¡Maldita sea!- la soltó de una sacudida cuando se apercibió de mi presencia.

Debido a mis pocos años no entendí el comportamiento de mi padre cuya mirada, más que miedo, causó en mí desconcierto. Parecía que mirase hacia un punto inexistente de la habitación, como si no acertase a centrar sus pupilas en las mías. Dio media vuelta y cayó con todo su peso sobre los brazos de mi madre que intentaba agarrarlo sin éxito. Por unos segundos noté cómo se me paralizaban las piernas, como si las tuviese atornilladas a las baldosas por unos clavos invisibles. Por fin pude desasirme del suelo y corrí a encerrarme en mi cuarto. Me metí en la cama, vestido y con los zapatos puestos, me tapé hasta la cabeza creyendo que los gritos no me alcanzarían debajo de las sábanas, pero siempre queda una rendija abierta por la que se cuelan los fantasmas que atemorizan a los niños pequeños.

Aquélla fue la primera vez que presencié algo así, y si la memoria me es fiel, creo que ése fue el momento concreto en que empecé a entender el motivo de la tristeza en la mirada de mi madre y su silencio atronador.

Fui creciendo a la vez que los gritos y los portazos en aquella casa del terror, preso en la misma cárcel que mi madre, asustado y callado, siempre esperando despertar de una pesadilla que vivíamos aun sin haber cerrado los ojos para soñar.

Día tras día mi madre temía la hora de la cena como el condenado teme la salida de su celda camino a su ejecución, entraba en un estado de excitación incontrolable, las manos le temblaban y hasta la cara se le tornaba del color de la cera, -¿cómo vendrá hoy?- pensaba. Llegué a odiar el tintineo de todas las llaves del mundo, el de las llaves de la señora Carmen cuando abría su puerta, el de las llaves del conserje cuando nos abría la cancela del colegio y hasta el de las mías cuando hoy, y con el paso de los años, entro en mi casa. Noto cómo taladra mis tímpanos y horada mi cerebro, como un gusano carnívoro y despiadado que engulle mis sesos dejándolo como un queso de gruyère.

Recuerdo un día de calor sofocante de agosto, yo andaba por la casa en pantalón corto y con una camiseta blanca de tirantes mientras mi madre sudaba en la cocina al calor del vapor de una olla en la que hervía patatas -íbamos a comer ensaladilla rusa, mi plato favorito- recuerdo su vestido de flores verdes y amarillas sobre un fondo azul cielo, con unos pequeños tirantes sobre sus menudos hombros y un escote cuadrado más que modesto. Apartó la olla del fuego hacia un lado y pensando que le daría tiempo antes de que llegase su marido, decidió bajar a por una barra de pan para el almuerzo. Yo me encerré en mi habitación a escuchar música con los auriculares puestos.

Cuando llegó a la casa con la barra de pan bajo el brazo, se sorprendió al ver a mi padre sentado a la mesa mirándola fijamente.

-¿De dónde vienes con esa pinta? ¿Eh?- la interrogaba mientras se erguía apoyando las manos sobre la mesa.

-He bajado un minuto a por el pan.

-¿Y no te da vergüenza ir enseñando las tetas por la calle?

-¡Ay Miguel, no exageres! No enseño nada con este vestido. Hoy hace mucha calor y recordé que lo guardaba en el armario desde hace muchos años. ¿Recuerdas?, me decías que estaba muy guapa con él, que daba alegría a mi pálida cara…

-¡Pues ya no me gusta, no quiero que te vayas exhibiendo por ahí!- le decía a la vez que de un tirón le desgarró el vestido.

Ella intentó protegerse de aquel monstruo y de espaldas dio tres pasos hacia atrás con la mala fortuna de topar con la olla que cayó al suelo llenándolo todo de patatas y de agua espumosa.

Cuando salí de mi cuarto me crucé con mi madre medio desnuda que corría hacia el dormitorio llorando. -¿Qué pasa mamá?- No me contestó.

Al entrar en la cocina encontré a mi padre refunfuñando –¡recoge eso que ha tirado la inútil de tu madre! ¡Es que no sirve para nada, sólo para enseñar las tetas por la calle!- Se dirigió hacia el pasillo gritando -¡y tú, deja ya de llorar y prepara algo para comer!

(Continuará...)

lunes, 8 de noviembre de 2010

UNA VIDA ROTA (1ª Parte)

"Todo el mundo sabe que, cuando el Príncipe Azul despertó a la Bella Durmiente, tras un sueño de cien años, se casó con ella en la capilla del castillo y, llevando consigo a la mayor parte de sus sirvientes, la condujo, montada a la grupa de su caballo, hacia su reino. Pero, ignoro por qué razón, casi nadie sabe lo que sucedió después."
                            "El verdadero final de la Bella Durmiente".- Ana María Matute

 
Reparé en el goteo implacable de las agujas del reloj avanzando entre las horas de su esfera, lentas, cadenciosas, arrastrándose por el círculo de los minutos, segundo tras segundo, como nunca mis oídos repararon en él. Siempre me pasó desapercibido el tictac del tiempo en esa casa de ruidos, como se ahoga en el crepitar del agua sobre las ventanas la gotera de un grifo mal cerrado un día de lluvia torrencial.

Encima de la cama, recostado sobre las flores azules de la colcha, me esperaba el traje negro con camisa blanca y corbata de luto, con el pantalón derramado por el borde del colchón hacia la alfombra, como los relojes derretidos del famoso cuadro de Dalí. En el suelo, los zapatos con cordones de las ocasiones especiales se alineaban en perfecto estado de revista, brillantes y más negros que nunca, como dos espejos de azabache, dispuestos a acompañarlo en su último paseo por el mundo de los vivos.

Me acerqué a la ventana de mi habitación, el día se deslizaba bajo un sol de otoño reticente a abandonar las pasadas calores del verano. Al final de la calle, en la esquina junto a la panadería, aún se mantenía en pie el quiosco del señor Matías, con sus paredes de chapa azul y una pequeña ventanilla por la que el quiosquero asomaba sus ojillos chispeantes de ratón, como dos canicas negras. Allí, todos los domingos acudía de la mano de mi madre a comprar cinco sobres -a veces seis- con los cromos de los futbolistas de la última liga. Luego cruzábamos la calle en dirección al parque de San Andrés en el que siempre ocupábamos el mismo banco de hierro forjado, yo abría mis sobres de cromos y ella, simplemente disfrutaba en silencio -apenas me dirigía dos o tres frases- de la brisa fresca de los días de invierno y de los tibios rayos de sol que se colaban tímidos por entre el ramaje de los árboles. La recuerdo mirando hacia el cielo para atrapar todo el azul en su retina, luego cerraba los ojos y llenaba su pecho con todo el aire que podía, y se dejaba llevar por los olores de su memoria.

Mamá había nacido en Los Encinares, un pueblo de unos cinco mil habitantes, a cincuenta kilómetros de la capital. De pequeña fue una niña muy alegre, de ojos almendrados y sonrisa perenne. Jovial y de agradable trato, la niña de los ojos de su padre. La primera de su clase en el colegio, muy pronto comenzó sus estudios de bachillerato en el Instituto San Blas, en La Fontana, un pueblo cercano y al que acudían todos los jóvenes de Los Encinares para completar sus estudios antes de comenzar la carrera.

Tenía pensado estudiar Magisterio, siempre le gustó la enseñanza y solía ponerla en práctica dando clases particulares a los chicos de los cursos inferiores. Apenas ganaba para algún capricho, pero su interés no era el dinero, quería enseñar lo que sabía, esa era su mejor recompensa.

Aquel verano -una vez acabado el Bachillerato tras un año de duro trabajo y estudio- se propuso vivirlo a tope, y empezaría por disfrutar de las fiestas del pueblo. Fue entonces cuando conoció a mi padre. Paseaba con una amiga por las atracciones de la feria y -por esa intuición que llaman femenina- hacía rato que se sabían seguidas de cerca. De pronto notó en la espalda el roce de su pecho -¿Cómo te llamas?- le preguntó. Pensó en echar a correr, sin embargo contestó tímida –Pilar ¿y tú?-, él se colocó a su altura -yo Miguel-, dijo y siguieron el paseo.

Tras ese primer encuentro siguieron viéndose todas las semanas. Miguel acudía en moto para ver a su novia desde su aldea, una pedanía de La Fontana. Se enamoraron como sólo se enamoran los adolescentes, ella sólo tenía vida para él y -aparentemente-, él sólo ojos para su novia. Pronto, Pilar soportó algunas escenas de celos infundados, de esos que se perdonan una y otra vez porque la venda con que el amor nos vela los ojos, apenas si nos deja intuir el eco de las voces que rondan a la lógica y a la razón.

Muy pronto decidieron casarse a pesar de las opiniones contrarias de mis abuelos. -Es tan joven…-, pensaban.

-No hace falta que os precipitéis, espera a acabar tu carrera y luego Dios dirá.- Intentaba su padre disuadirla sin éxito.

-Miguel ha encontrado un trabajo en la ciudad y queremos estar juntos ¿no lo entiendes papá?

-Sí lo entiendo, pero tú debes comprender que te juegas tu futuro, tu independencia… tu vida. La vida es larga y regala tiempo para todo.

Para finales de la siguiente primavera ya estaban casados, y a los diez meses, yo en el mundo.

Pasé mis primeros años de vida como cualquier niño normal, cuyo único problema era lograr cambiar los cromos repetidos con sus amigos, y la mayor felicidad comprobar que al álbum sólo le faltaban siete futbolistas para completarse del todo.

Vivíamos en un piso de tres dormitorios, en una tercera planta de un bloque con fachada de ladrillo rojo y terrazas estrechas que daban a la calle Los Almendros, no muy lejos del centro de la ciudad, en un barrio de clase media trabajadora en el que todos los vecinos se conocían de vista y por sus silencios al cruzarse en la calle o compartir ascensor. El piso tenía los muebles justos, sin lujos y con algunas fotos colgadas en sus paredes amarillas. Y mi madre, como un adorno más. Nunca faltaba de su sillón mecedora con los ojos clavados en la televisión y los dedos ágiles hacia adelante y hacia atrás engarzando flores de ganchillo, unas con otras, para un futuro mantel. Hoy, al recordarla en su sillón mecedora, me parece verla tejer los agujeros de su alma, todos los días los mismos rotos que se volvían a rasgar una y otra vez.

(Continuará...)


jueves, 4 de noviembre de 2010

MES FRONTERA

       "La gente silenciosa tiene mucho que decir, sobre todo cuando no habla.”
                                                           Andrés Neuman “El viajero del siglo”



Ahora que ya se fue el verano me despierto antes de que la claridad recoja su nombre en el cielo, me asomo a la terraza y me siento descaradamente única e importante, como si el sol esperase mi aviso para ganarle al horizonte la partida. Dicen que los meses de otoño bien podían llamarse añoranza, tristeza y melancolía, que los ojos se sienten atraídos por el suelo y que a veces vemos nuestros sueños rodando por el asfalto resquebrajados por el viento.
Quizás salir a la calle en esta ciudad extraña en la que no queda una esquina tras la que refugiarse del calor y del frío a partes iguales, sea mi única vía de escape para soltar lastre dejando caer mis sueños por las aceras y dejarme morir un rato, dejar de ser yo, mirarme desde fuera, vaciarme todos los huecos. Y llenarme los vacíos tan sólo de aire. Y caminar despacio, tragando esquinas y edificios, empujada por el viento que me lleva a un palmo del suelo y a dos centímetros de tocar el cielo.

Después hay que saber volver, reconocer las emociones encontradas en las pupilas de la gente, el roce de una mano en las heridas y el regalo de una sonrisa colgada de un rizo de mi pelo, y dejar que los dedos se desangren en palabras que las cuenten.

Estoy convencida de que esta ciudad extraña, este mes frontera y yo, estamos hechos a medida.


miércoles, 27 de octubre de 2010

OLOR MARRÓN

“El paisaje que un hombre ve, ojos afuera, acostumbra a ser el reflejo de lo que esconde, ojos adentro.”
             Albert Sánchez Piñol    “La piel fría”


Sobre una alfombra deshilachada me afano por recomponer mis entrañas desarmadas. Por las rendijas de las siete paredes viejas de esta habitación sin ventanas se cuela la oscuridad que no es negra, ni siquiera gris, esparciendo su olor marrón y diluyendo las sombras que ya no me persiguen.
Ahora que no estás no hay camino que se abra a mis pasos perdidos. Las metas más cercanas se emborronaron y ando perdida en la inmensidad de este cielo absurdo y húmedo que no acaba de derramar su tristeza.

Aún no he roto en lágrimas hasta inundar mi cama, quizá por eso no hay manera de deshacer este nudo que me ahoga en la boca del estómago. Lo intento con palabras a pesar de que sus vértices son cristales rotos que rajan las yemas de mis dedos al deletrear las frases más certeras en el borde de mis pupilas. Y recuerdo las tuyas de los últimos días, caídas y tristes, como si no fueran tuyas.

Quiero pensar que eres tú quien desabrochará ese cielo marrón y dejará escapar sólo para mí el azul que seguro guarda.


martes, 19 de octubre de 2010

FOTOS EN BLANCO Y NEGRO

“Siempre creo que todo va a durar para siempre, pero nada dura para siempre. De hecho, nada existe más allá de un instante, salvo las cosas que retenemos en la memoria.”        Sam Savage  “Firmin”
           

Ando revolviendo recuerdos atrapados entre los ángulos en blanco y negro de las fotografías. Es extraño el tacto de la pátina de los momentos que fueron y la sensación fría en la yema de los dedos al dibujar las sonrisas en las caras de los que ya no están.
Una y otra vez asaltan mi madrugada esos momentos que llevo en la mochila de mis años atiborrada con las piezas de un puzle todavía sin terminar. Imágenes que se atraen como imanes encajando ni más ni menos que los días de toda una vida.

Y no me resigno, no quiero tener una pierna en la margen del ayer y otra en la margen del mañana, quiero zambullirme en el río y nadar y nadar y nadar las aguas del hoy, incluso a contracorriente, y atreverme a mirar mi reflejo que avanza en la superficie transparente aun sabiendo que cuanto más avanzo, más pronto alcanzaré la desembocadura. Y allí, en la inmensidad del mar, hallaré la última de las piezas del puzle flotando a la deriva.
Al final sólo quedarán las fotos en blanco y negro como recuerdo de un naufragio más.


lunes, 11 de octubre de 2010

EL JUEGO

“Todo va a ningún sitio… Vivir es sólo un empeño,
un propósito firme de alguien que no está vivo y que lo sabe.”      
Antonio Gala   “Los papeles de agua”


A veces tengo la impresión de que jugamos una partida de cartas con la vida sentada enfrente de nosotros en la mesa de juego, y a pesar de que guardamos un as en la manga que nos sostiene la sonrisa, la vida siempre gana la partida porque juega con cartas marcadas. Queramos o no, ella siempre será la última en mover ficha en un juego macabro con idéntico ganador. Y a nosotros no nos queda más salida que retroceder en el tablero, acorralados, al fondo, en la última casilla. Y temblando de miedo como una hoja de papel embestida por el viento.

Sé fuerte, debes ser fuerte, tenemos que ser fuertes. Es lo que todos nos decimos en los momentos duros como si repitiéramos una letanía religiosa en busca de la salvación eterna. Pero qué significado tienen esas palabras para quienes la vida a veces les viene grande, como si se hubieran comprado unos zapatos tres números más que se salen al caminar. Imagínate al correr.

A veces la vida nos agarra por la cintura y desliza el reflejo de nuestros pasos a lo Ginger Rogers y Fred Astaire sobre un damero con reflejos verde esperanza, nos eleva, nos sacia las ganas y deja que reposemos nuestra cabeza sobre sus hombros, pero siempre acaba dándote jaque mate al final de la melodía.

La vida sólo es un zapato holgado o demasiado estrecho provocando rozaduras en los pies. Imagínate al bailar.


lunes, 4 de octubre de 2010

SOLEDAD

“Morir no es malo para el que muere, pensé; es tremendo para el que queda navegando por la estela que el otro trazó, desbrozando, soportando una vida larga, fofa, despojada del menor aliciente…”   Miguel Delibes   “La sombra del ciprés es alargada”


Al final la soledad es tan grande que no cabe en el hueco de mis manos y se derrama hasta los tobillos con la cadencia de una gota de sangre a punto de solidificarse. Se extiende por las baldosas inhóspitas dejando tras de sí un lastre de podredumbre y silencio. La soledad es la ausencia del eco de tu voz en mis oídos acostumbrados a tu risa, que se calla. Que se apaga. Te araña las entrañas y se instala entre el hueco de las costillas y el vacío que no ocupa nadie, ni siquiera la nada.

A pesar de los ruidos sólo escucho el silencio de los días escupidos por el tiempo en la calle, en la casa y en la cocina. Se cansaron las sábanas de esperar el calor de un cuerpo cansado, las paredes dejaron de proyectar la sombra también cansada de no existir, la alegría quedó huérfana y persigue triste unos pasos que se cansaron de caminar. Y yo cruzo los dedos por debajo de la mesa esperando que todo sea un sueño del que despertaré como si no pasase nada, aunque sí pase y me descubro cansada de no despertar, y con el corazón desencajado y arrítmico dando tumbos a destiempo.

Hoy ando recolocando tu recuerdo en mi tiempo, lo malo es que el tiempo ya se fue, y tú con él clavándome la soledad en la yugular.


lunes, 20 de septiembre de 2010

CONTANDO VERDADES

“Siempre digo la verdad, incluso cuando miento digo la verdad”.
Al Pacino “El precio del poder


    
Fue Ana la que encendió mis ganas que temblaban como el pabilo de una vela, yo no estaba segura ni de lo que quería hacer ni si sería capaz ni cuánto duraría.  Un año ya...
Me daba verdadero vértigo asomarme al abismo de este mundo virtual. Mis pasos inconscientes me llevaban  a las puertas de un laberinto con una mochila atiborrada de palabras desordenadas como único equipaje, no sabría salir, y lo sabía, pero me ilusionaba intentarlo. Siempre despertaron mi curiosidad los laberintos, ese halo de misterio que los envuelve, y ahora me retaba yo misma a recorrer todos los ángulos de éste acompañada sólo de palabras. Lo mismo me perdía. Juro que haré lo posible por no encontrar la salida.

Y aquí me hallo, delante de un cuaderno virtual que poco a poco completa sus páginas con los añicos en que estalló mi cerebro la última vez. Y mi alma. Sólo puedo ofreceros palabras, que a veces no tienen significado, ni sentido, ni opinión. Incluso me hacen pensar que os mienten, que no siempre son sinceras, que finjo. Y que ni siquiera lo que escribo coincide con mi estado de ánimo.
Contar una vida me resulta muy difícil sin estirar la mano y robarle a una nube los contornos del dibujo de mi imaginación, y me sorprendo a mí misma rebuscando hilos de palabras en el costurero de la ficción para pespuntear los pensamientos que no son. O sí.

Miento, coso y descoso, llevo y traigo, coloreo y borro, escribo y tacho… hasta que cuento…, que me cuento… Porque detrás del invento, está mi cabeza, detrás del color, mi corazón, tras la ficción, mi alma,… Incluso cuando miento digo la verdad.

Ahora sé que siempre soy yo, porque todo lo que muestro lo encuentro si me miro hacia dentro. Nunca fui más sincera que hoy, al desplegar ante todos lo que siempre oculté en el envés de mi alma. Soy yo, sin piel. Abierta y transparente, como las puertas de una cajita de cristal.


viernes, 17 de septiembre de 2010

SEPTIEMBRE Y LLUEVE

 "Mas yo siento en el agua algo que me estremece...,
como un aire que agita los ramajes de mi alma."
Federico García Lorca


La eché de menos, imploré por su llegada, la llamé hasta inconscientemente mientras yo me licuaba en mil gotas de sudor pegajoso por entre las rendijas de las baldosas. Le canté mil tonadas desafinadas, la soñé noche sí y noche no mientras recitaba los nombres de todas las estrellas del firmamento una a una. Y hasta la invoqué en un silencioso aquelarre con las palabras que se agarraban a mi garganta desde la boca hasta la boca del estómago.

Me aupé en un último intento a los tejados que ya conocen mis pasos, y allá, a lo lejos, justo en la línea en que se adormecen los sueños, la vi romper el cielo.

Casi no la reconocí, vestía un traje casi nuevo, casi largo, casi negro, y se extendió por el cielo como una enorme ola que arrastra la arena de la playa del último verano.


lunes, 13 de septiembre de 2010

CANCIONES DESAFINADAS

I’m singing in the rain
Just singing in the rain
            Gene Kelly “Cantando bajo la lluvia”
                                     
                                              
Hoy me aúpo a los tejados de esta ciudad desierto en busca de alguna huella de tu regreso rodando por la línea del horizonte, pero a lo lejos sólo atisbo una nube de polvo viciando el aire denso que se arremolina en acto de protesta negándose a marchar. Todavía.
Vuelvo a asomarme a la tapia de tu verano agachada y en silencio, empujando con la mirada el minutero espeso de mi reloj de muñeca y dando cuerda al reloj parado que sostienes en este cielo mudo que aplasta las aceras de tus calles.
Mantienes mis pupilas atadas a las miradas que dejé detrás de los cristales arañados, mirándote, aunque ni te viera. Deletreo tu nombre con tinta indeleble para transformarte en realidad tangible en el hueco de mis manos. Y atraparte.

A veces me canto canciones desafinadas a ver si las oyes y decides volver a desentrañarme las ganas y vuelvo a oír tu goteo implacable sobre el alféizar de mi ventana. Mojando de una vez mi impaciencia.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

BREVE

“Tan preñadas están de significado, (…) que es como si las hincharan los capítulos enteros sin escribir que llevan dentro (…).”
                            Sam Savage “Firmin”


Me gustan los textos breves. Los que esconden todo el significado en pocas frases cuyas palabras estallan en tus retinas como un paquete de confeti disparado justo en el centro del nervio óptico, con la puntería de un francotirador. Me gusta verlas caer como pequeñas mariposas abatidas, con todas sus formas y colores revoloteando en tu cabeza hasta que se posan en el suelo, enroscándose en tus tobillos en forma de letra C de caricia. Palabras directas a sostenerte la sonrisa, o a derramarte una lágrima justo desde el borde de tus pupilas hasta las rodillas que apenas te sostienen.
 

miércoles, 1 de septiembre de 2010

REGRESAR

“Cuando volví a casa comprobé que la rememoración tan vívida de mejores días no me aportaba el menor consuelo.”
                    Miguel Delibes “La sombra del ciprés es alargada”

Regresar no es sólo subir al coche y tomar la N432 Córdoba/Granada. No es cerrar una puerta y abrir otra en otro lugar conocido y nuevo a la vez. Cuando sé que voy a volver a los abrazos y los besos de los míos, al lugar donde nací y a las calles que me vieron crecer, se me acumulan muchas emociones que amartillan con fuerza justo en el centro de mi corazón, y éste empieza a bombear sin orden ni concierto como si estuviera a punto de estallar fuera de mi pecho, porque también regreso a las calles que me dijeron adiós cuando aún era joven y que se quedaron grabadas en el espejo retrovisor del coche para recordarme, una y otra vez, que ese lugar ya no me pertenece por mucho que mis retinas guarden su recuerdo y por mucho que sus contornos decoren mis fotografías en blanco y negro.

Nunca dejará de sorprenderme la cantidad de sentimientos encontrados y a veces contradictorios que se deslizan por mi mente como cientos de dardos (envenenados) derechos a clavarse en la parte baja de mi nuca, a mayor velocidad con que las ruedas van dejando atrás kilómetros y kilómetros de asfalto. Porque sé que una gran parte de mí dejo siempre tras la puerta que cierro. Que sólo me acompaña una maleta pequeña y una lista enorme con todo tipo de afectos pero compartidos ni se sabe a qué tanto por ciento.

Y la silueta de la ciudad que va quedando atrás me recuerda que allí dejo gran parte de lo que soy y que nunca sube al coche.

 
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