El club de los poetas muertos
Siempre supe que correr en dirección contraria a las agujas del reloj no evitaría que la sombra de este día rojo acabara por darme alcance. Cuando era niña lo esperaba como campo sediento el agua de lluvia, aunque al cabo pasasen las horas sin pena ni gloria, ni pastel ni regalos, ni lluvia siquiera. Ahora me empeño en ralentizar el goteo de días en caída libre por el borde de los almanaques, pero sólo consigo la frustración de quien intenta parar un tren con las manos. Y no acabo de entender por qué cuanto más me acerco al punto y final, más cerca me siento de mis inicios; y ando perdida entre los recuerdos y el miedo a ese futuro incierto que a todos nos acucia. Es esta nostalgia la que me ha enseñado a valorar lo que tengo, lo que soy; porque el tiempo, que no se ha parado ni un segundo, me traerá nuevos cambios que me harán añorar el hoy cuando ya haya pasado.