“Cuando uno es chico espera la gran felicidad, alguna felicidad enorme y absoluta. Y a la espera de ese fenómeno se dejan pasar o no se aprecian las pequeñas felicidades, las únicas que existen.”
Ernesto Sábato “Sobre héroes y tumbas”
Hoy me acordé de ti. Y sentí el pellizco que me devuelve una y otra vez a la inevitable realidad como una certeza de acero oprimiéndome las sienes. Porque si los años me trajeron nuevas risas, también borraron de mi paisaje algunas piezas imprescindibles en el caleidoscopio de mis recuerdos azules. Tú tenías la mejor sonrisa, la que siempre terminaba con traca final de fuegos artificiales, con desbandada de pájaros alocados incluida. Eras feliz atesorando detalles con trocitos pequeños de felicidad que son en realidad la única felicidad que existe. Siempre admiré en ti la alegría, tu forma de estrujar la vida como si no fuésemos a salir vivos de ella. Quiero pensar que la vida no te derrotó, eran tantas tus ansias por vivir que se te quedó pequeño este mundo y tuviste que inventarte otro en el que desplegar tus alas empapadas de ganas, y no pudimos seguirte. Olvidaste en el vuelo tus vestidos de flores y tus zapatos de tacón, la cerveza fría en la mesa y la esterilla para tomar el sol extendida sobre las baldosas grises de la terraza. Sé que no te conformas con la nada, imposible en alguien que hizo del optimismo su religión. Te imagino agarrada de su brazo paseando por las avenidas del cielo todas las tardes, mirando sus escaparates con renovado brillo en la mirada y pintándote para él la risa de rojo antes de que empiece el baile.
Ahora sí, desde aquí oigo la desbandada de pájaros de tu risa.