“Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad”
Gladiador
No sabría explicar, o quizá sí, por qué mis mejores viajes los hago siempre en el tren de la memoria; y heme aquí en uno de esos recorridos que poco a poco me llevan a desandar mi vida en blanco y negro. Hoy pienso en mi tío Antonio, y quiero que el viaje me lleve al primer recuerdo que tengo con él, cierro los ojos y retrocedo, lentamente, haciendo paradas en tantos y tantos momentos que disfruté a su lado, hacia atrás, un poco más, más…, y todos los intentos me apean siempre en el mismo lugar, la huerta. Veranos, Navidades y celebraciones, muchas celebraciones en familia; a nadie vi disfrutar tanto con esos pequeños detalles que nos regala la vida, una copa de vino, una tapa que lo acompaña, una broma, el beso de un ser querido, como a mi tío Antonio, y para ello tenía una pareja perfecta, su cuñado Adolfo, mi padre. Créeme si te digo que mi tío no se retiraba de la paella, y por ende de su cuñado, copa va, choricillo viene, y una copa más, y risa, mucha risa. Para disfrutar de la reunión el mejor sitio era donde estuvieran ellos a pesar de la diferencia de edad. Era impresionante la cantidad de anécdotas que contaban de “aquellos tiempos”, ninguno tenía hermanos varones, así que se hicieron ellos mismos hermanos y se querían como tales.
Creo que de ellos aprendí que para ser feliz sólo hay que saber sacar el jugo a todo lo que nos rodea, por simple que sea. Que todos los problemas tienen una solución a la que siempre se llega si en ello pones tu empeño y trabajo.
Mi tío Antonio no era un tío más, además de ser un miembro de mi familia era alguien a quien admiraba de verdad, era mi mejor maestro y créeme, he tenido muchísimos a lo largo de toda mi vida estudiantil, y aunque siempre sentí que sus clases eran amenas y muy muy muy provechosas, es ahora, en mi edad madura, cuando soy plenamente consciente de todo el bien que me hicieron sus métodos de enseñanza, su empeño en la correcta ortografía, su amor por la literatura y su afán por inculcarlo.
Recuerdo su cara de orgullo al comprobar en una de esas reuniones familiares y de amigos que yo, alumna suya, aún recordaba el autor de muchas obras que los que no habían pasado por sus clases ya tenían olvidados. “Trabajo cumplido” decía su gesto.
Quién dijo “lo breve si bueno dos veces bueno”, dónde colocar las haches en la frase “ahí hay un hombre que dice ¡ay!”, ¿acento o tilde?, …y las Rimas y Leyendas de Bécquer… uf, qué cantidad de cosas aprendimos gracias a él. Y qué bien nos hizo ese cuaderno de redacciones en el que no sólo dejábamos nuestros pensamientos, nuestros gustos, nuestros sentimientos, sino que también nos sirvió como una herramienta básica a la hora de construir frases con sentido y correctas desde el punto de vista de la ortografía. Supongo que tendría algún defecto como maestro, ¿quizá que hablaba en un tono muy alto?, no sé, quizá, por decir algo, porque lo que para unos es un defecto, para mí no lo es ya que prefiero el tono alto al susurro endormecedor en clase.
Sigo el viaje en este tren de la memoria, los momentos se sobreponen unos a otros y me dibujan una sonrisa casi sin querer. Mi tío era un negado para la cocina, no sé si alguna vez llegó a freír un huevo, eso sí, disfrutaba de la comida a pesar de su mujer, mi tía, que le avisaba de los excesos de la sal, de la grasa, del alcohol, del azúcar… Tampoco era un manitas para las cosas de la casa, lo recuerdo escoba en mano barriendo el “llanete” de la huerta y créeme, barrer no era lo suyo.
Poco puedo contar sobre sus quehaceres como político, todos sabemos de su compromiso desinteresado para con su pueblo, de su entrega incondicional y por supuesto de su honradez, no se puede dar más, no se puede pedir más.
Sé que sus amigos eran legión y eso no todo el mundo lo puede disfrutar, para ello debes estar hecho de una pasta especial.
Avanzo en mi viaje y lo veo en una cama de hospital, qué mayor se va haciendo, pero cómo conserva esa actitud cariñosa de siempre, cómo agradece la visita, qué ganas de reponer fuerzas y salir de allí para volver a casa con la familia, a charlar con algún amigo por el paseo, para seguir participando de los días festivos y de todos los actos culturales que ofrece Carteya, eso sí, bien vestido de chaqueta y corbata, “qué guapo estás tito” y él agarrándose el nudo de la corbata “a que sí sobri”.