Andrés Neuman “El viajero del siglo”
Hubo un tiempo en el que zambullirme en las aguas frías de una alberca era sumergirse en las profundidades marinas de un infinito océano azul brillante, en un mundo misterioso donde las sombras te apresaban por los pies, y los rincones olvidados por el sol me los prohibía el miedo a lo desconocido.
Conocía los grados del mercurio por el canto de la chicharra que nunca vi, y que arreciaba el volumen de su monocorde ritmo en paralelo a mis pasos acelerados. Siempre tuve la certeza de que me espiaba desde su escondite oportuno, segura de que nunca sería descubierta.
Hubo un tiempo en que disfruté los olores del verano aprendiendo a vivirlos, y sus nombres fueron escritos con los dedos de mi memoria, con tinta indeleble, por los sentidos que siempre están alerta cuando sólo se vive el presente.
Había un camino que me llevaba al paraíso (encontrado), y una escalinata de estrechos tramos que bajaba al lugar de los escondites (perdidos) y los colores por descubrir.
Hubo un tiempo en que las piedras de mi paraíso guardaron el eco de mi voz. Un tiempo donde la vida entera era, ahora, ni el eco de los chiquillos.