“El pesimismo sólo nos deja ver las espinas en los rosales, la muerte en el hombre, la carne en el amor. Alimentados de pesimismo no vivimos la vida, la sufrimos.”
“La sombra del ciprés es alargada” Miguel Delibes.
Extraña esta sensación que no me deja ser. Extraño este nudo en la garganta que me impide sentir, vivir a corazón abierto. Extraño este miedo que frena mis ganas de avanzar, que me arrincona contra la pared de lo posible. No sé si serán los años que llevo clavados entre los ojos como una amenaza, la inercia de la costumbre o la inevitable madurez sobre la que cabalgan mis días lo que me lleva a rastras, como si mis pies fueran de plomo, como si mi cuerpo fuera por su lado y yo por el mío. Qué difícil se lo estoy poniendo a mis huesos, qué difícil tirar de un espíritu convertido en lastre, cómo pesa este pesimismo en el que voy girando sin proponérmelo. Cómo pesa el miedo.
Ahora es fácil entender por qué de niño se es feliz, nunca tienes conciencia de que tu mundo es finito y se esfumará como diente de león arrastrado por el viento.
Mis pensamientos se van a negro, y pienso en el carácter efímero del tiempo, de la vida; en el sutil, débil, casi invisible hilo que nos sostiene, y lo terriblemente frágil y quebradizo que es el mundo que nos hemos creado. Lo fácilmente que todo se puede derrumbar, en segundos. Sentir la alegría a medias, con la certeza de que no es posible sin el dolor que nos acecha. Poner todo el empeño en vivir a conciencia y empeñarme en destrozar el milagro.
Vivo en el miedo, y este miedo no me deja vivir.