“Dicen de ti que siempre estás sola
que eres sultana y que enamoras,
que aquel que viene nunca se va.”
Medina Azahara “Córdoba”
Amaneció un día abierto por los cuatro costados. El cielo se dibuja largo derramando el azul por los extremos, trazando con decisión certera la línea del horizonte. Las nubes de la tormenta toman atajos y se esfuman debajo de la chistera de un sol hercúleo avisando a navegantes de lo que nos espera a no mucho tardar. El viento parece haberse quedado quieto esperando una señal. De nuevo nacen los jardines y la hierba se hace alta bajo mis pasos. Cada pequeño detalle encaja a la perfección en la realidad onírica de una primavera que salió de su caja de sorpresas como un muñeco de muelles, con la sonrisa ancha rodando de una comisura a la otra.
La tarde me embauca y me adormece y me despierta y me saca a pasear mientras agonizan las sombras alargadas por las calles de la ciudad. A lo lejos una luna redonda tiembla sobre las aguas oscuras del rio y la silueta de siglos se recorta majestuosa, pétrea, al borde de mis ojos.
Conocerte es trazar tu gesto con los pies, tocar tu piedra con las manos y la boca, poner los cinco sentidos sobre tu falda, abandonarse al abrigo de tu abrazo tibio y protector, sentirse pequeñita como punta de estrella pero pieza adecuada de tu estampa.
De vuelta a casa reconforta saber que sigues ahí, cada día más hermosa, despidiendo amaneceres y madrugadas, a poca distancia de mis pasos, a milímetros de mis manos, y a cero grados en la escala de medida de mis sueños.