el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe."
William Shakespeare
A veces noto que las tormentas se gestan en mi interior. Poco a poco, el cielo azul de mis globos oculares se torna griscasinegro. Las nubes algodonadas que salpican el envés de mi piel, se juntan en un siniestro aquelarre para transformarse en una enormenubenegra que se muere por romperse en todos sus pedazos. Un millón de amperios se conjuran en mis venas electrificando glóbulos y plaquetas que desprenden chispas con el roce de los órganos, en un viaje de ida y vuelta de los dedos de los pies hasta los dedos de las manos.
Y estalla. Todo estalla. El eco de los truenos se acomoda en mis tímpanos y resuena una y otra vez, como la última vez que el universo se rompió delante de mis ojos. De arriba abajo, decenas de zigzagueantes rayos iluminan mi esqueleto y van calcinando mis entrañas. Todo huele a quemado. El humo se extiende como la niebla sobre las aguas de un pantano, desde mi boca a la boca del estómago.
Hasta que empieza a llover. Y llueve hacia dentro, con la fuerza de un huracán. Agua pura que limpia rincones y arrastra las cenizas hacia los desagües en una espiral interminable.
Tras la tormenta… la calma.
Todas mis heridas cicatrizadas …hasta que se vuelvan a abrir.
Una y otra vez.