Pocas veces la vi hablar con alguna vecina, y esas pocas veces lo hacía cuando mi padre estaba en su trabajo, un almacén de embalaje y distribución de muebles. Recuerdo un día, creo que de primeros del mes de junio porque yo estaba en casa por la tarde, cuando se clausuraban las clases vespertinas por el calor incipiente del verano; oí el tintineo de las llaves sobre la cerradura de la puerta a la vez que a mi madre se le abrían los ojos como si intentara cerrarla con ellos. Y su cara se tornó del color de la muerte. Fue la primera vez que vi a un muerto de cerca, en este caso a una muerta. Bajo el dintel de la puerta apareció aquel hombre, digo hombre porque para mí se trataba de un hombre desconocido, no era mi padre. Traía el pelo descolocado, algo inusual en él pues siempre dedicaba mucho tiempo a alinear cada mechón de cabello en su sitio correspondiente, ayudándose de un poco de gomina. Apoyó un brazo sobre el marco izquierdo de la puerta y con la cabeza un tanto agachada, miraba a la señora Carmen, -vecina de enfrente que en ese momento se encontraba en nuestra casa- como si la fuese a embestir como un toro a su torero.
-¡¿Ya estamos de chismorreo…?!- vociferó mi padre haciendo que su grito llenase el aire del pasillo, bajase por la escalera y el eco subiese por todas las plantas hasta la azotea del inmueble.
-No, si… yo ya me iba- salió la señora Carmen, sin decir adiós por debajo del brazo de aquel hombre que aún sostenía el quicio de la puerta con su mano izquierda.
Cuando la señora Carmen hubo entrado en su casa, mi padre dio un portazo y las paredes se quejaron con el crujido de una grieta. Se acercó a su mujer y con dos dedos enormes la agarró del mentón apretando con fuerza:
-¡Que te he dicho millones de veces que no quiero ver a la chismosa esa en mi casa!- le gritaba con los dientes apretados mientras ella andaba de puntillas hacia atrás, con los ojos húmedos y llenos de horror, tenía ante sí al mismísimo Satanás.
-…Es que…es que…vino a ped... ¡no, por favor! ¡Miguel!...¡el niño!
-¡Que te calles te digo! ¡Maldita sea!- la soltó de una sacudida cuando se apercibió de mi presencia.
Debido a mis pocos años no entendí el comportamiento de mi padre cuya mirada, más que miedo, causó en mí desconcierto. Parecía que mirase hacia un punto inexistente de la habitación, como si no acertase a centrar sus pupilas en las mías. Dio media vuelta y cayó con todo su peso sobre los brazos de mi madre que intentaba agarrarlo sin éxito. Por unos segundos noté cómo se me paralizaban las piernas, como si las tuviese atornilladas a las baldosas por unos clavos invisibles. Por fin pude desasirme del suelo y corrí a encerrarme en mi cuarto. Me metí en la cama, vestido y con los zapatos puestos, me tapé hasta la cabeza creyendo que los gritos no me alcanzarían debajo de las sábanas, pero siempre queda una rendija abierta por la que se cuelan los fantasmas que atemorizan a los niños pequeños.
Aquélla fue la primera vez que presencié algo así, y si la memoria me es fiel, creo que ése fue el momento concreto en que empecé a entender el motivo de la tristeza en la mirada de mi madre y su silencio atronador.
Fui creciendo a la vez que los gritos y los portazos en aquella casa del terror, preso en la misma cárcel que mi madre, asustado y callado, siempre esperando despertar de una pesadilla que vivíamos aun sin haber cerrado los ojos para soñar.
Día tras día mi madre temía la hora de la cena como el condenado teme la salida de su celda camino a su ejecución, entraba en un estado de excitación incontrolable, las manos le temblaban y hasta la cara se le tornaba del color de la cera, -¿cómo vendrá hoy?- pensaba. Llegué a odiar el tintineo de todas las llaves del mundo, el de las llaves de la señora Carmen cuando abría su puerta, el de las llaves del conserje cuando nos abría la cancela del colegio y hasta el de las mías cuando hoy, y con el paso de los años, entro en mi casa. Noto cómo taladra mis tímpanos y horada mi cerebro, como un gusano carnívoro y despiadado que engulle mis sesos dejándolo como un queso de gruyère.
Recuerdo un día de calor sofocante de agosto, yo andaba por la casa en pantalón corto y con una camiseta blanca de tirantes mientras mi madre sudaba en la cocina al calor del vapor de una olla en la que hervía patatas -íbamos a comer ensaladilla rusa, mi plato favorito- recuerdo su vestido de flores verdes y amarillas sobre un fondo azul cielo, con unos pequeños tirantes sobre sus menudos hombros y un escote cuadrado más que modesto. Apartó la olla del fuego hacia un lado y pensando que le daría tiempo antes de que llegase su marido, decidió bajar a por una barra de pan para el almuerzo. Yo me encerré en mi habitación a escuchar música con los auriculares puestos.
Cuando llegó a la casa con la barra de pan bajo el brazo, se sorprendió al ver a mi padre sentado a la mesa mirándola fijamente.
-¿De dónde vienes con esa pinta? ¿Eh?- la interrogaba mientras se erguía apoyando las manos sobre la mesa.
-He bajado un minuto a por el pan.
-¿Y no te da vergüenza ir enseñando las tetas por la calle?
-¡Ay Miguel, no exageres! No enseño nada con este vestido. Hoy hace mucha calor y recordé que lo guardaba en el armario desde hace muchos años. ¿Recuerdas?, me decías que estaba muy guapa con él, que daba alegría a mi pálida cara…
-¡Pues ya no me gusta, no quiero que te vayas exhibiendo por ahí!- le decía a la vez que de un tirón le desgarró el vestido.
Ella intentó protegerse de aquel monstruo y de espaldas dio tres pasos hacia atrás con la mala fortuna de topar con la olla que cayó al suelo llenándolo todo de patatas y de agua espumosa.
Cuando salí de mi cuarto me crucé con mi madre medio desnuda que corría hacia el dormitorio llorando. -¿Qué pasa mamá?- No me contestó.
Al entrar en la cocina encontré a mi padre refunfuñando –¡recoge eso que ha tirado la inútil de tu madre! ¡Es que no sirve para nada, sólo para enseñar las tetas por la calle!- Se dirigió hacia el pasillo gritando -¡y tú, deja ya de llorar y prepara algo para comer!
(Continuará...)
JODÓ, doña, qué suspenses más duros nos haces pasar. Ese mundo machista y maltratador que describes ha habido en exceso. Pero ahora la tortilla se ha dado la vuelta : las niñas de hoy se casan con la intención de poner una falsa denuncia de malos tratos para saquear al marido y meterlo en la cárcel.
ResponderEliminarQue suerte que, gracias a mi lesión en la rodilla, tenga tiempo para leer despacito tus post. No hay mal que por bién no venga..
ResponderEliminarSupongo Elena, que ya sabes que existe un estereotipo de mujer maltratada. Tu misma vas definiendo muy bién las fases por las que pasa, su evolución o su estancamiento (suele ser por desgracia lo que más abunda).
Yo creo que confunden el amor con la pasión juvenil por encima de la media. Exaltación, sorpresa y dependencia, después amargura.
¿Y..? Estoy deseando conocer el resto.
Gracias por los buenos "raticos" y un beso.
Tella, no te voy a negar que existe el panorama que comentas, pero lamentablemente, el que yo presento en el relato ha existido y sigue existiendo en pleno siglo XXI.
ResponderEliminarY es que algunos no se quieren enterar de que una mujer no es propiedad de nadie sino de sí misma.
Un abrazo.
Jodó(como dice Tella), Candela, no creo que sea una suerte padecer una lesión en la rodilla, ni siquiera para poder detenerte en los post del blog. Espero que no sea nada grave.
ResponderEliminarEs cierto que muchas mujeres confunden el amor con la pasión juvenil, pero eso sólo debería servir para rectificar, no como pretexto para maltratar.
Gracias una vez más Candela.
BUeno mi querida Elena, acabo de llegar como quien dice y no he querido leer tu respuesta a mi comentario:)
ResponderEliminarEfectivamente tenías tazón la primera parte y el título bien podían ser el comienzo de una bella historia de amor, que en esta segunda pasa a ser el peor de las cadenas y de esclavitudes. Espero que no termine con que "La mate porque era mia"
Me voy con la intriga.
Un beso.
Bueno, espera un poco que no es plan de desvelarte el final.
ResponderEliminarY no creas que me gusta intrigaros, lo publico por partes para que no se haga demasiado largo de un tirón.
Un beso.
Elena, muchas mujeres soportan en sus casas
ResponderEliminarsituaciones de violencia. Todos conocemos a alguien, madre, tia, amiga, hermana, a quien agredieron, gritaron, insultaron, despreciaron.
Pero las mujeres que viven estas situacines tienen reparos en decirlo porque desde chicas estamos oyendo que >el amor es lo más importante en la vida< y que y mil cosas por el estilo. Son frases que suenan bien y que prometen mucho, pero, que lamentablemente, no siempre son verdad. Son fantasías repetidas durante siglos, que reaparecen en la televisión, en el cine, las fotonovelas o los cuentos infantiles.
La realidad es que muchas mujeres viven ahogadas en relaciones donde el abuso de poder es >normal< no son felices ni comen perdices, y no hay un principe que las despierte con un beso, sino más bien con un insulto o un golpe.
Menos mal que como bien dice Tellagorri la tortilla se ha dado la vuelta.
Un beso guapa.
Sonrisa, lamentablemente sucede desde hace cientos de años lo que dices, pero yo no me alegro de que "la tortilla haya dado la vuelta".
ResponderEliminarNo entiendo que un género sea tratado con inferioridad por el otro, sea éste masculino o femenino.
Un beso.
Decíamos ayer¡¡,cuantas ilusiones rotas, metidas en cuerpos de mujer que estampaban sus sueños contra las cuatro paredes de la cárcel de su matrimonio, anhelos perdidos en el cuidado de su carcelero, y esa sumisión enfermiza en mantenerse unida con su maltratador, siempre callando, siempre dispuesta,siempre preocupada para que los susurros y los llantos no salieran de la intimidad del hogar, siempre pendiente del que dirán, procurando que las huellas de tu amado no se noten en tus magulladas carnes, siempre disimulando, y a veces esgrimiendo una tímida sonrisa para que la sensación de normalidad no turbe su vida de condenada.
ResponderEliminarTierno y triste relato.
Un abrazo
Manuel, qué bien has descrito el comportamiento y la situación de esas mujeres sumisas, asustadas y solas.
ResponderEliminarTu comentario me parece perfecto.
Un abrazo.
Estimada Elena...
ResponderEliminarViolencia en el ¿hogar? Violencia que se cuela desde fuera hacia dentro y nunca debiera colarse en lo que debiera ser eso...un hogar, un lugar cálido donde lamerse las heridas. Violencia por la misma violencia que nace por complejos...por no sentirse uno realizado, por no buscar la auténtica felicidad y sí la ficticia, esa que no depende de uno mismo y pocos alcanzan...
Tus poesías son un gran analgésico.
Gracias y sds, amiguita!
Tú lo has dicho Dadaista, violencia que intenta tapar complejos y se vuelca con toda la maldad sobre el eslabón más débil.
ResponderEliminarGracias, un abrazo.
Gracias a que cada día la mujer esta mas preparada y puede ser independiente, la situación que tan bien nos esta relatando, parece que va disminuyendo, aunque aun queden muchas mujeres sufriéndola.
ResponderEliminarMe alegro de que la juventud este cambiando y que la mujer deje de ser la "esclava" del marido "machista".
Un relato lleno de sensibilidad, no tardes mucho con la 3ª parte.
Buenas noches y un enorme abrazo Elena.
La situación parece que cambia, sí, pero aún hay demasiados casos, tal vez se trate de que ahora los conocemos por los medios y antes se ocultaban por la propia mujer e incluso por su familia.
ResponderEliminarUn besazo.
Muchas mujeres maltratadas creen que con el amor ellos cambiaran, pero la realidad es que no es asi...
ResponderEliminarDescribes muy bien la vida de una mujer y su entornos que son sus hijos.
Sigo leyendo muy interesante..
Primavera