"El mejor camino es el que se tuerce"
Andrés Neuman “El
viajero del siglo”
He vuelto y ya no estabas.
Te busqué entre los claros
de luz de las ramas de los naranjos, acercando mis oídos a las rendijas de tus
infinitos muros, posando las yemas de los dedos sobre el polvo que cubre las
tapas de los libros olvidados en el desván, reteniendo mil segundos los olores
a pleno pulmón por si acaso decidieras, por si acaso me trajeras, por si acaso
tú volvieras. He intentado rescatar para el presente lo que sólo vive dentro de
mí, lo que sólo existe porque yo lo recuerdo, y a veces pienso que contarlo no es suficiente para que no se
diluya entre las palabras que desvanece un tiempo loco por huir.
Me encuentro en este lado
de un puente derribado que nadie hizo por levantar tras la riada, y a cada
salto que me acerca a la otra orilla noto cómo se aleja el paisaje, se difumina
entre las nubes que anuncian tormenta, todo se vuelve inalcanzable, lejano,
ajeno como un camino a las afueras de mis fronteras. Las sombras que dibujan
los árboles se convierten en fotografías del pasado que cuentan nuestra
historia a partir del humo y las cenizas.
Todo ardió en el incendio.
Intento seguir adelante,
dibujar mi propio mapa de días arañándole al reloj una hora tras otra, una
estrella tras otra, pero siempre me detengo en un mismo instante, y entonces se
deshacen todos los esfuerzos por continuar el trazo de mi ruta. Me acerco a una
reja imaginaria y entre los barrotes oxidados me veo lejos, distraída y feliz
como sólo se puede ser con ocho, doce o catorce años, cuando el mayor de tus
problemas es el examen de mañana y no existen cantos de sirena que te desvíen
del camino. Casi puedo tocar las horas que caen lentas como trozos de algodón,
y a la vez cantar canciones en idiomas inventados.
Veo pasar mi vida como en un cine mudo, con imágenes en blanco y
negro, y a pesar de ello brotan palabras de colores por todas partes, y donde
menos te lo esperas hay un atardecer privado, sólo para mis ojos.
Y vuelvo a ser feliz.
Hoy vamos tan deprisa que
los momentos que no nos paramos a vivir nos miran pasar desde el arcén, y
cuando hace demasiado frío intentamos calentarnos los pies para seguir
destrozando más suelas de zapato. Pero no importa lo mucho que corramos, las
noches frías siempre nos sacan dos cuerpos de ventaja.
Tenemos cogida la medida desde donde disparar
y salir corriendo como si no hubiera pasado nada. Celebramos conquistas
cotidianas, pequeñas victorias, falsas treguas. Aplaudimos que hemos remontado
el vuelo antes de rozar el barro aunque sólo sea para caer tres metros más
allá. Vivimos con la vista puesta en el mañana, olvidamos que sólo existimos
hoy, y apenas si hemos aprendido nada del ayer.
Somos hámsteres en su
rueda a ningún lado.
Creemos divisar la meta al
final de un camino inexistente, sumergidos en la marabunta avanzamos a codazos
con el fin de colocar nuestro estandarte de papel de periódico en el pico más
alto, y una vez allí, llenas de arañazos la piel y el alma, compruebas que allá
abajo, en la ladera de la colina, quedó tu vida, tus sueños truncados, algún
proyecto compartido y todos tus recuerdos. Y sientes el frío atravesando tus
huesos por el filo que más corta, el viento gélido del norte congela tus venas,
y es entonces cuando eres consciente de la enorme soledad en la que vives, eres
el hombre más solo del mundo.
Los días se acortan a este
lado del jardín, tras los rosales sólo queda un pasado flotando en mi memoria y
al que no puedo regresar, tampoco sería la solución, ningún tiempo pasado fue
mejor, y como diría el poeta “al lugar donde fuiste feliz no deberías tratar de
volver”. Pero de vez en cuando necesito mirar por entre los barrotes oxidados
de aquella reja y ver a esa niña que feliz y despreocupada canta canciones en
idiomas inventados, mientras las horas caen lentas como trozos de algodón.
Cierro los ojos, aspiro
todo el oxígeno que entra en mi pecho y noto cómo todo se ralentiza a mi
alrededor y toma otra forma. Entiendo que las cosas tienen un principio y un
final, pero sólo importa el trazo del camino.
Sentir para vivir o vivir
sólo para morir.
Hay curvas imposibles en
carreteras secundarias que no debemos tomar muy deprisa si no queremos vernos
en la cuneta. Nos perdemos en lo
accesorio, le damos demasiadas vueltas a lo obvio, andamos a la pata coja
empeñados en perdernos en los márgenes del camino, incapaces de mirarnos a los
ojos sin antifaz. Levantamos castillos de piedra que los años desmoronarán
dejando nuestros pies hundidos en la arena, volverán a supurar las heridas que creíamos cerradas, viviremos a
merced de un juego de aprendizaje continuo de ensayo-error.
Quizá nunca aprenderemos a
ponernos a favor del viento, ni brindemos con champán porque nos tocó un juego
de azar. Puede que nos sintamos desgraciados, que hayamos perdido muchas oportunidades,
que quien creó el universo se olvidó de nosotros y nos alquila un mundo en
continuo desahucio. Quizá nunca nos tiendan una alfombra roja a nuestro paso ni
nos citen en los diarios de la mañana. Seremos esa pieza que pretende encajar
en puzle ajeno. Pero jamás perderemos todo lo que nos pertenece, tenemos las
certezas, los calendarios repletos de días para celebrar, un rincón a la sombra
de unos brazos con vistas al mar y un
montón de lápices de colores para trazar las lindes de nuestro propio mapa.
A lo mejor sólo llegamos a
ser nosotros.
En realidad no hay vallas
que nos impidan aventurarnos en otros territorios desconocidos, nada que nos
prohíba buscar las flores que crecen en los lugares más altos, o inventar besos
y abrazos incluso cuando no toca. Podemos ser un charco más tras la tormenta o
ver de nuevo el sol aparecer.
Cada mañana la tierra se
despereza y comienza desde cero una nueva oportunidad para ti, estaría bien
sonreírle al amanecer y agradecer el día que te regala por estrenar. Cerrar los
ojos para que no se escape ni un trocito de vida, alimentar las ganas sin
excusas y sin promesas a la vuelta de la esquina. Así que antes de alimentar el
fuego piensa que puedes cambiar las reglas si no te gustan, tú tienes las
riendas y los lápices de colores.
A lo lejos suena una
canción, tres pasos más y empiezas a bailar.
Nota: El texto se presentó al IV Certamen Literario Antonio Pérez Oteros de la Fundación Francisco García Amo de Nueva Carteya, y a ella pertenecen todos los derechos.
Primero manifestarte mi alegría por leerte una año después. El texto es precioso, un repaso en el que en algún párrafo nos vemos reflejados y del que me quedo con "Y vuelvo a ser feliz". Ojalá no tardes tanto en publicar. Un abrazo grande
ResponderEliminarGracias Ester, por tu visita después de tanto tiempo.
EliminarUn beso.
Nunca es tarde si la dicha es buena. Te prodigas poco, pero merece la pena esperar. Un abrazo.
ResponderEliminarSaludar a los amigos en esta casa después de tanto tiempo sí que merece la pena.
EliminarUn fuerte abrazo Felipe.
Yo también estoy contentísima de volver a leerte...
ResponderEliminarAhora no puedo comentar, pero prometo entrar en tu casita con más tiempo y una infusión, tranquila, para poder leer bien esas letras que ya he visto, apuntan las maneras tan buenas a las que nos tenías acostumbrados..
Un beso grande!
;)
Pasa y acomódate, si no tienes café yo te lo pongo. Siempre eres bienvenida.
EliminarUn beso Edurne.
Bueno, menos mal que te sigues presentando a concursos y gracias a eso podemos disfrutar de tus relatos.
ResponderEliminarTendremos que esperar un año para volver a leer otro?
Pues si es así, aqui estaremos. Un abrazo.
Jajajaj... así no me pongo muy pesada.
EliminarGracias Chelo, un beso.
"Entiendo que las cosas tienen un principio y un final, pero sólo importa el trazo del camino."
ResponderEliminarY me parece de perlas que de vez en cuando te detengas y escribas tan maravillosamente como solo tu sabes hacerlo, poniendo sentimiento en cada palabra.
Ciertamente no te prodigas y te haces de esperar, pero así cada creación es nueva fresca y espontánea. Se te quiere.
¡Enhorabuena una vez más!
"...Se te quiere". Me quedo con eso, no nos hace falta el lazo de ningún blog para mantener vivo ese amor.
EliminarUn beso Katy.
Alabanza y culpa, ganancia y perdida, placer y penas vienen y van igual que el viento. Para ser feliz, permanece como un arbol gigante en medio de todo eso.
ResponderEliminar-Buda-
Elena, esta mañana algo me trajo a mi blog después de tanto tiempo...seria para leer este texto tan verdadero que nos regalas hoy.
un beso guapa.
Algo me trajo al mío también, seguro que sería para leer tu amable comentario, gracias.
EliminarUn beso Toñi.
Y es que... sigue impresionándome tu manera de escribir. Maravillosa.
ResponderEliminarMe paso por aquí, para, también, desearte que este año apenas iniciado, te ofrezca todo aquello que desees.
Un abrazo sincero.
Muchísimas gracias Juji, tus deseos para mí son los míos para ti.
EliminarUn beso.