siete años de blog
Mayo y
llueve. Un tiempo desmandado que se ríe de los calendarios, un regalo para los
que amamos el invierno a mediados de la primavera, un día de manta, café y
libro.
Frente a mí todo se conjura para que la
inspiración fluya como gota de aceite que dibuja una a una las lindes de las
baldosas que piso: la lluvia desorientada sombrea el paisaje tras la ventana, y
un pájaro, siempre el mismo, deja su insistente trino sobre la baranda de mi
terraza.
Un día perfecto para escribir a pesar
de mi torpeza, porque tengo la sensación de estar inmersa en un instante eterno
y ni siquiera escuchar la lluvia sobre la ciudad vacía hace que no me cueste empezar.
Mirar
hacia la nada, dejar abiertas de par en par las puertas a los sentidos, sacar a
la superficie el envés de mi corazón, abrirme y dejarme salir, respirar hasta
por la yema de los dedos. Desparramar a mis pies vísceras y alma… y prestar a
un teclado negro e inhóspito algo de lo que siento.
A
veces me aferro a la tristeza como tabla salvadora, me demoro en los jardines
marchitos, recuerdo los restos del desastre. Hablo con las sombras, quito la
razón a los fantasmas, y mientras escribo me empeño en llorar como si esa afición
fuera a durar para siempre. A pesar de todo intento huir del regodeo en viejas
heridas que oprimen y ahogan y no te
dejan salir a flote, de llorar las lágrimas ya lloradas, incluso de las risas
ya reídas. La vida no nos perdona que nos dejemos arrastrar por el fango del
pasado, que malgastemos ese tiempo que nunca volverá, que se agota y no se
compra.
Que
insistamos en vivir lo ya vivido.
Pero
qué poco sobre lo que escribir cuando se vive una felicidad sencilla aunque
quebradiza, tranquilo con uno mismo y con todo lo que te rodea, cuando sólo nos
altera el pensamiento la sensación de que en cualquier momento todo puede cambiar
a peor. Porque sí, de vez en cuando, la mente me traiciona con esa idea y me la
emborrona con trazo gris, como un rayo que rompe el cielo de mi sosiego,
trayendo ese posible minuto que todo lo puede cambiar sin esperarlo y sin poder
poner remedio.
La
lluvia sigue cayendo sobre los tejados tras mi ventana. Qué de veces he deseado
una lluvia de esas torrenciales que me llueva por dentro arrastrándolo todo a
su paso, pero al final sólo siento que ando con goteras en el corazón
encharcándolo todo.
Pasa
el tiempo y el cielo sigue gris, cerrado y espeso como mi inspiración. Noto que
las metáforas huyen de mí como las golondrinas de esta lluvia tozuda empeñada
en arrastrar el polvo de las aceras hasta el útero de las alcantarillas. Quizá
sea allí donde rebuscar para encontrar la palabra precisa, la frase perfecta,
lo que nos inspira pero desdeñamos porque sabemos que nos hiere, como cuando
llenamos un cajón de recuerdos que somos incapaces de tirar, porque al fin y al
cabo forman parte de tu vida y hacen que seas tú y no otro, pero que queremos
olvidar. Todo está allí, tan olvidado como presente, odiado y amado a partes
iguales, en el trastero donde se acumula todo lo que hemos sido, lo que nos ha
pasado, incluso lo que hemos idealizado de nuestro pasado.
Y
sí, ha sido mucho lo disfrutado, lo sentido, lo llorado, pero es ahora, con
muchos años sobre mi espalda, cuando me doy cuenta de que ha habido momentos,
situaciones en las que no he sido capaz
de tirarme al barro con todas las consecuencias, y claro, me arrepiento. Hoy
daría marcha atrás a mi reloj vital, y os aseguro que jamás volvería a
desperdiciar mi tiempo en discusiones banales con personas de ésas que te
restan energía y te agotan las ganas. Abrazaría mil veces más a mi padre o
pasaría cientos de ratos más charlando
con mi madre sobre lo divino y lo humano, o sobre recetas de cocina, qué más
da, cualquier cosa que nos mantuviera conectadas a cada instante. Gastaría las
horas muertas de mis tardes en juegos de mesa con mis hijos, o me tiraría al suelo
de la risa como una niña más con ellos, haría más veces de payaso para verlos reír
hasta que el tiempo y la edad me hicieran parecer más bien una payasa
intentando la complicidad de dos adolescentes.
A
veces me embarco en ese tren de la memoria que me trae casi sin querer un
regusto dulzón en la boca del estómago. Todo parece idealizado haciendo pasar
por cierto el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero yo ya sé que
esa afirmación tiene poco de cierto y que lo que hoy vivo me parecerá lo mejor
de lo mejor mañana. Es por ello que últimamente ando empeñada en estrujar al
máximo cualquier momento que vivo. Sé que no me perdonaría con el paso de los
años no haber sido capaz de aprender a vivir de tal forma que sólo me
arrepintiera de haber hecho algo y no de no haberlo intentado.
Miro
por la ventana. Lluvia, viento, oscuridad…, no sé qué significa esto, si hay
que hacerle caso a las señales o un buen corte de manga al universo y continuar
mimando a las musas. Conviene no olvidarlas durante tanto tiempo.
El
día se pliega y la noche poco a poco se va recostando a mi lado y una triste
bombilla da algo de vida a los objetos de la habitación, aún no he perdido la
esperanza y tal vez también ilumine estas piezas que tengo dentro y que no
dejan de moverse buscando su lugar en mi cabeza, lo mismo que las hojas húmedas
que un despiadado viento se empeña en arrastrar por las aceras mojadas. O quizá
deba esperar a que pase el temporal, recibir al sol que de tan alto nos
deslumbra, dejarme llevar por la magia de los días que vendrán. Será el momento
de abrazarse a los árboles, de saltar las hogueras y quemar en las llamas lo
viejo, lo que no sirve, lo que nos frena, lo que nos impide. Será tiempo de
escribir deseos que se harán realidad, palabras que se transformarán en vida y
nos resucitarán de las muertes cotidianas, independientemente del tiempo
atmosférico.
Y
escribir, escribir para que todo sea cierto.
Nota: El texto ganó el primer premio del II Certamen Literario Antonio Pérez Oteros de la Fundación Francisco García Amo de Nueva Carteya, y a ella pertenecen todos los derechos.
Las metáforas te salen solas, has regado tus letras con ellas, examen de conciencia y revisión te pensamientos. Leerlo ha sido un placer y también un tirón de oreja, hay que ponerle a la vida un poco de vida y recordar para no olvidar, nunca para quedarse en los recuerdos.
ResponderEliminarMe ha alegrado volver a leerte, te echo de menos. Un abrazo cálido.
No has podido resumir mejor lo que pretende el texto. Hago mía tu reflexión.
EliminarGracias Ester, un beso.
Pues dice en algún momento del texto que anda falta de inspiración, la de escribir u otra, no lo sé, sin embargo el texto es de una inspiración prodigiosa, a su estilo, que ya conozco, mezcla de pena y alegría, de melancolía y esperanza, si me permite decirlo, bellísimo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Al final va a ser verdad, y la lluvia, ella sola, me sobra y basta para inspirarme. No entro en la belleza del texto, eso es algo subjetivo, pero sí que es cierto que a mí me sirvió para relajar el alma.
EliminarUn cariñoso abrazo Dlt.
Y escribir, escribir para que todo sea cierto, para que los recuerdos no nos impidan vivir el día a dí y tal vez como apuntas hacer una que otra proyección al futuro siempre que no sea lejano.
ResponderEliminarMe ha hecho ilusión el que hayas retomado tu maravillosa pluma. No lo dejes de verdad.
Estoy alejada de momento del mundo virtual pero volveré cuando ordene la realidad:-) Bss Elena
Esta vez se lo debo a la lluvia que, persistente y atemporal, nos dejó mayo.
EliminarSin historia, sin personajes, casi sin tema, sólo la lluvia y un alma abierta que se dejó llevar.
Un beso Katy.
El que no volviera a comentar, nunca a querido decir, que no te leyera y que me haya olvidado de ti. Me sigues poniendo la piel de gallina con tus letras de oro. En serio.
ResponderEliminarFelices días de una nueva Navidad, Elena guapa.
Tampoco yo me olvidé de ti, ando un tanto alejada de este este mundo bloguero.
EliminarUn beso Juji, y muchas gracias. Feliz Año Nuevo.
“La Navidad es la temporada para encender el fuego de la hospitalidad en el salón, y la genial llama de la caridad en el corazón“ Washington Irving
ResponderEliminarFeliz Navidad y mi cariño. Volveré en el 2017 superando este parón. Gracias por estar siempre.
Un abrazo
Gracias a ti por todo. Feliz Año Nuevo.
EliminarUn beso Katy.
Nunca me olvido de visitar tu espacio "El Callejón de la prisa", aunque a veces tarde. Veo que el tiempo no hace mella en tu caudal de un profundo y emotivo talento literario.
ResponderEliminarDas vida a cada palabra, las unes con hilos de exquisita expresión y creas una emotiva narración.
Mi mas cordial saludo, Maria Elena.
Agradezco tu visita y tus palabras, y me excuso por la tardanza en contestarlas.
EliminarUn abrazo.
Si no me equivoco, un día 14 de febrero (día del amor y la amistad) nació un amor de persona, a quien es imposible de olvidar.
ResponderEliminar¡Feliz día, Elena!
Tampoco olvido yo a los amigos Juan Carlos, y me excuso por mi tardanza en contestarte, vengo poco y encima cambiaron el formato de bloguer y no encontraba los comentarios por moderar.
EliminarUn abrazo y gracias, siempre gracias.