miércoles, 17 de diciembre de 2014

CONTAR Y ESCUCHAR

“La vida se trata de cerrar los ojos y abrir las manos. Todo lo demás está hecho  de rencor y rencillas. No vale la pena detenerse en eso.”

                                                   Ángeles Mastretta    “Maridos”


Si te descuidas, al volver una esquina, puede que te choques de golpe con ese viento que te susurre en la nuca la verdad de cómo te sientes. Y puede que no te guste lo que escuchas. Mirarás hacia abajo y descubrirás que tus pies pisan un eterno invierno, y que estás muy sola, más lejos que nunca de quien incluso tienes al lado. Te preguntarás qué sentido tiene todo esto de vivir si te obligas a hacer lo que no sientes y al mismo tiempo te reprimes para no dejarte llevar por lo que sí sientes en realidad. Nada tiene sentido si te mantienes en tu burbuja antivida, ésa que tú misma has creado y de la que no sales no sea que te miren y te quieran hablar. Quiero no dejar de contar que estoy triste si siento tristeza, y quiero mostrar mi felicidad si soy feliz. Escuchar y pensar, contarte y escucharte mientras caminamos por el puro placer de caminar. 

Salir afuera, tocar y besar, reír y compartir, no temer al ridículo ni al qué dirán, bajar hasta el asfalto si te caes, y que me hables aunque de nada me conozcas. 

Sería una manera perfecta de vivir. 

FELIZ NAVIDAD

lunes, 24 de noviembre de 2014

MI MUNDO CONTIGO

El tiempo me enseñará a vivir sin ti pero nunca me enseñará a olvidarte.



He llenado demasiadas páginas de palabras ahítas de rabia y de dolor. He apretado los dientes, y a empellones, sin orden ni concierto, las saqué del rincón en el que se apilaban y las escupí en el cristal, como quien vomita un ácido que le arde en la boca del estómago. 

Y me han quemado la yema de los dedos. 

No sé si anduve mucho tiempo perdida, errática en un mundo en el que sólo habitan las que apuñalan donde más duele, y vagabundear por sus callejones oscuros, con rumbo a ti, lejos de mí, fue el único salvavidas que me sirvió para encontrar la luz.

Hay momentos en que debes hacer un agujero bien hondo en el suelo para poder ver el cielo.

Dicen que el tiempo acaba por curar las heridas del alma, las mías se aliaron con el incesante desfile de días por el que se desliza mi vida y poco a poco devinieron en cicatrices. Están ahí, pellizcándome por dentro, oprimiéndome las vísceras y el alma, disfrazando el dolor, taponando mis miedos, fingiendo que no existen, pero al fin permitiéndome reencontrarte en las horas desordenadas de la memoria sin ahogarme al borde de una lágrima.

Seguir viviendo en otros mundos, da igual cuáles, lejos del nuestro, me es posible tras ganar mil batallas a mis pequeñas tristezas. Aceptar que no estés tú en el mío ha sido la peor de mis contiendas. 

Ahora que no es posible mi mundo contigo, que me faltan tus besos, tus abrazos y los te quiero a deshoras, ahora que no hay pasillos que me conduzcan a ti, que no hay mesa compartida ni madrugadas de charla y copita de anís, habito otro en el que te siento aquí adentro, muy cerca de mi latido, traspasando incluso las fronteras de mi piel, en el que soy porque tú fuiste, en el que te reconozco en el envés de mis gestos y en la forma precisa de mis actos; porque el día de tu despedida me miraste a los ojos y taladraste en mi retina una promesa que has cumplido, sé que jamás te fuiste del todo, y a veces te siento más cerca de mí que a otra gente que se sienta a mi lado en el sofá. Sólo me falta llamarte en voz alta, papá.

Hoy quiero volver a conjugar aquellas palabras blancas que olvidé hace años, esas que acarician el pelo y dibujan besos en la piel de las mejillas, las que intentan recorrer los contornos de nuestro mundo sin acabar emborronadas en agua y sal. Aunque sé que ningún juego de letras te haría justicia.

Y recuerdo nuestro mundo…

Un lugar lento en el que las horas viajaban a pie, de ese indeterminado color azul que tanto nos gustaba, en el que tú eras el único héroe de mi cuento perfecto, la red que me salvaba del frío asfalto en mis caídas y despejaba mis días de tinieblas infantiles. Me hiciste sentir amada, la niña más querida del mundo. Y me enseñaste a soñar, a creer que podíamos crear un universo nuevo alrededor, íntimo y privado aunque de puertas abiertas, a nuestra medida y con sus propias normas aptas para ser rotas, y un código de gestos que sólo tú y yo conocíamos. Un mundo en el que sentir con las puertas del corazón abiertas de par en par y contarlo sin esquivar la mirada, un lugar en el que lanzarnos a la aventura del amor hasta desaparecer con todas las consecuencias. Y aunque ese mundo nos situaba a cierta distancia de la realidad, ir de tu mano cómplice a la búsqueda de aventura no tenía precio.

Arañábamos tiempo a los relojes para nuestras pequeñas locuras, y las horas se estiraban complacientes hasta la madrugada, aunque al cabo tú no resistieras los envites del sueño y acabaras olvidando nuestro pacto, abandonado al placer de los brazos casi maternos de Morfeo.

Los días siempre se adivinaban de rojo en los calendarios por el simple hecho de verlos amanecer y despedirlos con honores a esa hora incierta en que desaparecen por las orillas de los almanaques. Sabías que la vida gira alrededor del eje de las cosas que de verdad importan, y ésas no tienen precio. Reunir a los tuyos, a los que quieres y te quieren, disfrutar de sus besos, de sus abrazos y sus risas, de su compañía, es la más bella poesía que encierra la verdadera esencia de la vida, y tú lo hiciste hasta el último momento, cuando los zarpazos del tiempo te hirieron, menguándote, mellándote y partiéndote las fuerzas.

Formar parte de tu mundo, de tu espacio y de tu tiempo, ha sido la mejor manera de aprender a vivir, disfrutando de las alegrías que nos tocó en suerte, y aceptando los sinsabores con que el azar nos azota con la mayor elegancia posible. Me enseñaste que la vida se alimenta de las cosas más sencillas y de las ganas de hacerlas, que hay algo mucho mejor que desear un buen día, hacerlo. 

Fuimos cómplices en mil batallas domésticas, de ésas que hacen especial lo cotidiano. Qué no contarían las paredes de esa cocina. Hoy recuerdo tantos momentos vividos en ella que me es imposible contener una sonrisa, ¿recuerdas aquel día en que preparamos entre los dos una fuente de fresas con zumo de naranja y azúcar? Al final acabamos echando todo el azucarero sobre la fruta. En la mesa nadie supo de qué nos reíamos mientras disfrutaban de las fresas más dulces de su vida. O aquellos preparativos para la Nochebuena en que no nos poníamos de acuerdo en cómo debe colocarse el marisco, tú al montón, yo girando por el borde de los platos. “Corta finito el jamón, papá”, “no, a mí me gusta a taquitos”. 

Siempre esperando mi regreso para tomarme del talle y lanzarnos a bailar por los pasillos mientras tarareabas tus canciones inventadas en mi oído, ajenos a quien nos miraba, como si hubiéramos perdido definitivamente el juicio. 

Pero también hubo momentos en que el azul de nuestro mundo pareció desdibujarse por los bordes de su cielo. Hoy los recuerdo y aún siento una punzada arrepentida en el centro de mi pecho. A veces tomas caminos que no te llevan a ninguna parte, y cuando te das cuenta retrocedes y vuelves al punto de partida. Regresé con el miedo a los reproches agarrado a los tobillos, pero allí seguías tú, esperando a tu niña de siempre, no pediste explicaciones, hay ocasiones en que imaginar es la mejor manera de conocer. Sabías que era cuestión de tiempo que yo tomara el próximo desvío, y volvería como si nada a recoger la sonrisa en el mismo lugar en que la habíamos olvidado. 

A veces, de madrugada, cierro los ojos e imagino aquel lugar al que siempre quiero volver, allí estás tú con tu sorbito de café matutino en las manos, o acercándote a mí para que oliera la colonia Nenuco con que te empapabas al salir de la ducha. No puedo borrar esa imagen de mi cabeza, ni tu voz en mi oído susurrando te quieros. Los abro y todo sigue en su lugar, mi destino, mis pensamientos, la tozuda realidad, la verdad sin tu presencia sanadora. Y vuelvo a dejar pasar el tiempo tachando estrellas de un cielo casi negro mientras me convierto en un ser poco amante de la vida. Y claro, me siento culpable. Se cumplieron los plazos del duelo y además tú no lo mereces. Sé que sonríes cuando yo río, que sufres mis penas como propias, y mis mínimas victorias son tu mejor recompensa allí arriba desde donde me miras.

Hemos habitado un mismo mundo, pero eso no tiene ningún mérito, lo realmente importante es haberlo hecho bonito.


Nota: El texto ganó el segundo premio del IX Certamen Literario de la Fundación Francisco García Amo de Nueva Carteya, y a ella pertenecen todos los derechos.


miércoles, 29 de octubre de 2014

IMPORTANCIA

Quiero 
Que todo vuelva a empezar 
Que todo vuelva a girar 
Que todo venga de cero 
De cero...
                             Dani Martín




Pareciera un acertijo, pero cuanto más pegado a mi costado te mantengo, más lejos de mí te siento. Tú te agarras cual náufrago a su tabla mientras la espuma se arremolina en el interior, va y viene, lleva y trae el dolor.
Y ahora pienso en ti, en cada minuto a mi lado, como un perro fiel, anticipándote a mis órdenes, complaciendo mis deseos, sirviendo y acatando sin preguntas los caprichos de un tirano.
Mil perdones no bastarían para resarcirte de tanto desprecio acumulado, de tanta indiferencia, de tanto olvido, de tan cruel y abyecto maltrato.

Hoy me muero de ganas por tomarte entre mis manos y acariciar tu envés con el roce tibio de mis labios, y tomar certera nota de lo que acontece contigo a mi lado, hacer de tu presencia algo insólito y extraordinario. Lanzaré al viento miles de confetis al compás de la fanfarria, volverás a ocupar el lugar que te corresponde pero esta vez sobre alfombra roja a tu paso.

Te mimaré, y vestiré de importancia hasta el movimiento sutil de tus dedos dentro de mis sueños.


sábado, 20 de septiembre de 2014

EMPEZAR EN DOMINGO

“Escribir un poema inteligente es cosa fácil. Emocionar con él, sólo lo consiguen los elegidos.” 
                       Andrés Trapiello  “El gato encerrado”


Os aseguro que no busco el aplauso ni la felicitación. A estas alturas ya no sé si acaso busco algo explicable, con sentido o razonable que justifique mis apariciones cada vez más dilatadas en el tiempo por aquí, aunque totalmente fieles por vuestras casas; y a veces me pregunto por el motivo que me impide cerrar y a otra cosa. Hoy me dio por recordar a una vecina de cuando era pequeña, de los refranes y dichos con que siempre remataba las conversaciones, y en especial de uno que decía así: “lo que se empieza en domingo nunca se acaba”. Pensado y hecho, heme aquí buscando la fecha del 20 de septiembre de 2009, mis ojos no dan crédito, ¡domingo!

Nunca llamé a nadie, y quien vino lo hizo por propia voluntad, a veces regalando mis oídos en busca de reciprocidad. He gastado muchas horas leyendo y comentando poemas, acertijos, artículos de historia, curiosidades, recetas de cocina, reflexiones y recuerdos ajenos. Me he tirado al barro sin protección en discusiones sobre política, actualidad e ideas que me enriquecieron hasta que la intolerancia y la incomprensión me hicieron sopesar si de verdad merecía la pena mi entrega, mi tiempo, mi desazón, mi dolor de cabeza.

Me lo he tomado tan en serio que me he reprochado alguna vez no llegar a tiempo a la publicación de alguno de vosotros. Pero es que yo soy así, todo es importante, y si no lo es, lo visto de importancia. He sabido entender las normas, y las he acatado como nadie: me lees, me comentas; te leo, te comento; y si te sigo, te sigo de verdad.

Hoy se cumplen cinco años de aquel día en que, con miedo e incertidumbre, se inauguró este callejón, una prueba más que me convence de la rapidez con que pasa el tiempo, tanto, que ahora lo miro con otros ojos, me soy más tolerante, soy capaz de flexibilizar las normas, relativizo y me exijo menos, pero mucho más a la hora de escribir y publicar, quizá por ello me prodigo poco, pero los años me están enseñando que en todos los aspectos de la vida es más gratificante poco y bueno que una abundante mediocridad. Y no, no estoy diciendo que lo poco siempre es bueno, hay momentos en que la nada sería la mejor opción.


lunes, 18 de agosto de 2014

EL MAPA DE LA SOLEDAD


" Somos...Sí, lo mismo, con igual destino. Garúa borrosa de un día de abril. Un nido vacío y un viejo camino y un aire de ausencia muy triste y muy gris."
                                                                                      Homero Manzi



Nunca imaginé que llegaría para quedarse, pero el silencio llegó a acostumbrarse a sí mismo a fuerza de hacerse protagonista de mi cama, de mi sofá, de mi casa, de mis días y de mis noches. Ahora siento que la vida apenas me reserva efímeros instantes para la risa, que los lugares que habito quedan extremadamente lejos de mí, que me son extraños, ajenos, faltos de ruido y huérfanos de vida, y que por muchos kilómetros que haga, el ogro de la soledad me persigue y siempre acaba por alcanzarme. Hay cosas en la vida cuya sombra alargada siempre sale a tu encuentro sin que dependa de ti poder esquivarla; por mucho que corras en la dirección contraria a las manecillas del reloj jamás le acabas dando esquinazo. 

Así me alcanzó el alma la certeza de que el nido que durante años entretejí estaba vacío. A estas alturas ya no sé si es bueno intentar evitar que te alcancen las sombras o aceptar tu derrota en la partida con la vida y dejar que la oscuridad, poco a poco, te acaricie la carne y acabe por viciarte la sangre. 

Es tan fácil acostumbrarse a los besos que ahora que me faltan no sabría recordar cómo fue el último, si lascivo y carnal a quien tantos años cosió su vida a la mía, o ligero y sutil sobre la mejilla de mis hijos al salir de casa. Y ahora me pregunto a qué inhóspita atmósfera irán todos los besos que no puedo dar, a qué aire puedo decir vuestros nombres sin que el eco regrese a mí como un búmeran vengativo y asesino clavándose con precisión de cirujano donde más duele. 

La misma casa a la que arañábamos un rinconcito en el armario para los últimos zapatos, una rajita de aire en la repisa para un nuevo libro, un claro en la ropa tendida para otros calcetines o el espacio inexistente en la nevera para una lata de refresco más, ahora se me hace grande e inabarcable, se agiganta como una mancha de aceite que muy lentamente se expande en su particular conquista de baldosas vacías, dibujando en el suelo el mapa de la soledad. 

Ahora sólo me quedan recuerdos, momentos vividos y fechas marcadas en los almanaques como un mínimo ejercicio contra el olvido, una pequeña batalla ganada a la vejez; pero mis recuerdos no son de guión de cine ni argumento de novela, no son fotografías de galería ni pases de alfombra roja y tiros largos. Yo sólo viví una vida sencilla, trenzada de pequeños instantes con grandes emociones, de trabajo a deshoras y días para celebrar lo cotidiano; al final sólo se trataba de eso, de crear un mundo para compartir, un espacio ordenado, con sus propios ruidos, sus tiempos, su amor y su poesía. 

Y hacer que todo ello cupiese entre estas cuatro paredes amarillas. 

El principio se adivinaba de todos los colores y formas que caben en los espejos de un caleidoscopio, la ilusión por lo nuevo me tenía el corazón en un permanente latido, me disponía a crear mi propia familia. 

Y aquello iba en serio. 

Iba a zambullirme del todo en un mundo del que sólo conoces detalles de oídas, cruzar un puente hacia la madurez donde tendría que dejar de hacer algunas cosas y responsabilizarme de otras. Empezar a hablar en un idioma que no conoces y poner en ello todo el empeño. Sólo éramos dos, dispuestos a apostar en un juego lleno de incertidumbres y trampas, decididos a arriesgar y con los bolsillos llenos de proyectos; a lo lejos, un horizonte incierto y el miedo a lo desconocido. 

Echamos a andar sin quitar la vista del suelo, a pasitos cortos, tomando medidas para evitar sorpresas, dibujando el contorno de nuestra nueva vida, de nuestra casa, de nuestro hogar; y aunque no todo fue de color de rosa, los dos pusimos todas las ganas para hacer de dos caminos uno solo. Siempre supimos que el amor verdadero es capaz de convertir en realidad una utopía. Hicimos de la difícil convivencia todo un ejercicio de empeño en lo posible, y sin proponérnoslo, el devenir de los días se deslizaba sin grandes altibajos sobre un equitativo cincuenta por ciento. Era tiempo de sonreír desafiante a los espejos, de no temer al frío ni al futuro, de no esquivar la mirada al presente o de hacer cientos de kilómetros un día de tormenta. Pequeñas locuras que no lo parecen cuando eres joven y no atisbas ningún peligro que pueda poner fin a tu recién estrenada historia con visos de eternidad. Pero aquella historia parecía incompleta, como año al que se le olvidó su primavera por entre los resquicios de los almanaques. 

Y fueron llegando ellos, mis hijos, que poco a poco ocuparon su propio espacio en la casa y en nuestro corazón. El primero nació una tibia tarde del mes de abril, el segundo recién estrenado el mes de mayo dos años después, y la pequeña, una calurosa noche de septiembre, aquel año en que parecía que el verano nunca acabaría. Fue entonces, y sólo entonces, cuando me di cuenta de lo intensamente azul que puede llegar a ser el cielo a pesar de las nubes que a veces lo tintan de gris, de todo lo que ocultan unos ojos que miran hacia el suelo, del peligro que esconde la belleza de los acantilados, del porqué de nuestra existencia, del lugar que cada cosa ocupa en la inmensidad del universo y de lo importante que llegas a ser para otra persona que te quiere y a la que siempre querrás incondicionalmente, alguien por quien darías la vida sin ningún resquicio para la duda. 

Y decides olvidarte de tu carne para mimar la piel de los tuyos; dedicas el tiempo que no tienes a calmar la falta de horas que los acucia llegando a alargar los minutos como se estira un trozo de chicle. Siempre ocupando el último lugar para el reparto en la mesa, en la tienda, y hasta en la cola del baño. Un lugar que aceptas y al que tú misma te has relegado, casi a hurtadillas, sin que apenas se note, de puntillas para no alterar el ruido de la vida, callada para evitar que nazcan excusas. 

Eres el eje sobre el cual todo gira, como en un carrusel que da vueltas y vueltas para empezar una y otra vez desde el principio un día tras otro. Y tú, en tu pequeño carrusel giras para que todo esté en su lugar, con la maquinaria bien engrasada, la comida preparada, la ropa planchada, la mesa puesta y los besos guardados entre los labios por si hicieran falta. Siempre solícita, haciendo de tu vida un ejercicio de entrega sin esperar nada a cambio… pero, cómo te hubiese gustado más de una vez la recompensa de un abrazo después de tu entrega, cuántas veces esperaste un “te quiero mamá” a la puerta de sus cuartos. Y cuántas veces lloraste con tus propias lágrimas la pena que encerraban en sus corazones cerrados a cal y canto. Cómplice de sus historias no contadas, guardián de sus noches en vela, enfermera, amiga, confidente a ratos y siempre ángel de la guarda. Estás metida dentro de tal vorágine que te encuentras perdida, llegando a sufrir una crisis de identidad, y encima nadie te avisó de los cambios que los años traerían a tu cuerpo y a tu mente, y aunque seas tú la que necesite unos oídos bien abiertos a las palabras que pugnan por salir de tu garganta, el tacto firme de unos brazos para tus huesos cansados, el roce sutil de unos dedos acariciando tu pelo entrecano, siempre acabas hablando a esa desconocida que te mira incrédula desde el otro lado de los espejos. Ya no te perdonas un fallo, un error, una falta, un día triste, porque el día que te permites parar unos segundos acaba por invadirte el pánico, tienes la sensación de que estás en medio de algo que deja de funcionar por ti y que no controlas, algo que se empieza a desmoronar, que se derrumbará inevitablemente arrastrando consigo el entramado que hace posible el equilibrio perfecto en tu pequeño universo, y te ves flotando en el vacío, lejos de lo que eres y con los pies a un paso del abismo; pero a pesar de ello no tienes más remedio y te haces la valiente, das al botón de pause y te das cuenta, tras un silencio insultante, de que nada se desmorona a tu alrededor, que todo funciona, que la maquinaria sigue girando, y la certeza de que no eres imprescindible se te clava directa en la parte del cerebro que administra las emociones. 

El mundo que has creado seguirá en su órbita sin ti. 

Pero no, que no parezca que reniego de aquella locura en que se convirtió mi vida, de aquel lugar al final de la cola que elegí ni del peso que cargué sobre mi espalda como si el mundo fuera mío. Hoy, en mitad de la nada, con la soledad empujándome hacia el vacío, sola en medio de estas cuatro paredes amarillas repletas de ecos de otros tiempos que se alejan por momentos, daría parte de los años que aún me quedan porque todo fuese un sueño, que las ausencias que atenazan mi cuerpo fuesen un mal sueño, una pesadilla que se desmoronará al despertar como castillo de arena un día de lluvia, que las camas de mis hijos aún están deshechas y guardan para mis manos el calor de sus cuerpos entre los pliegues de las sábanas, que hay platos por lavar en el fregadero y problemas adolescentes que solucionar con un abrazo. Y que el ruido vuelve a posarse sobre las paredes a este lado de las ventanas. 

Nunca olvidaré el día en que mis hijos se marcharon de casa con una mochila cargada de futuro en busca de su propia vida, sin saber que a la vez iban vaciando la mía, dejando en su lugar el peso de la desazón y la sensación de que mi alma se hacía pequeñita hasta desaparecer. Ni el gris del cielo que se derramaba detrás de los cristales de aquel viejo hospital el día en que quien tanto compartió conmigo clavó su pupila en mi retina para decirme adiós para siempre en un susurro, con todas las palabras mudas naufragando en el mar de sus ojos. 

Adiós compañera. 

Desde entonces sueño cada noche que vuelvo a casa a buscarlo con todos los trozos de su vida entre los brazos para recomponer la mía, pero al final siempre acabo por volver para añorarle entre las cuatro esquinas de su fotografía, reprochándole entre sollozos que se hubiese ido dejándome en tierra, noqueada, como única heredera de mi pena y mi dolor, sin nadie a quien cuidar, sin apenas ropa que planchar, con el tendedero vacío, los fogones de la cocina apagados, y un reguero de besos desperdiciados que voy perdiendo por los agujeros de los bolsillos. 

Hoy daría parte de lo vivido por volver a poner en marcha aquel carrusel que me mantenía girando en mi órbita sin apenas tiempo para el pause ni el resuello, pero tampoco para el desdén o la desgana, ni siquiera para la melancolía. Ahora sólo veo muerte donde siempre hubo tanta vida, silencio donde sólo se escuchaba el ruido de una casa vivida, quietud hasta en el aire que respiro. 

Y el eco de las risas se diluye por entre las rendijas de mi soledad. 

Permanezco callada todo el tiempo, casi no escucho mi respiración; fuera queda el ruido, dentro, el silencio de los días muertos en que se convirtió mi mundo. En los espejos aparecen los restos de la reina de mi casa que fui, una reina sin rey y sin reino donde reinar. 

Sé que debería vivir cada minuto como si fuera el último, darme un tiempo de tregua para la calma y las ganas, pero noto que ni mi cuerpo ni mi alma tienen fuerzas para aceptar que las cosas que se van no vuelven, y me cuesta ver que ya no voy a seguir realizando sueños, que he ido dejando por el camino personas a las que quise con las uñas y los dientes y con un buen trozo de estómago. Y que ya no existe mi mundo con ellas, que la voz de una radio será mi única compañía, la ilusión de que en la casa habita alguien más que yo y mi soledad. Tampoco volverán a creer mis hijos los cuentos que les leía al borde de la cama para que sus sueños tuviesen siempre un final feliz, ni regresarán los veranos recogiendo caracolas al borde de una playa, ni las imágenes que tatuaron en mi retina los atardeceres de San Fernando. No habrá más tardes de juegos en familia ni lágrimas que enjugar por un desamor de catorce años. 

Hoy echo la vista atrás y pienso que todo ha pasado demasiado deprisa, que apenas me dio tiempo de saborear lo que estaba pasando por mis manos, quizá la velocidad de la vida no me dejó pensar y ahora sólo siento nostalgia del pasado. 

Nostalgia y frío. 

Intento desandar los caminos que ocuparon mi tiempo, pero al cabo siempre me hallo en la misma encrucijada y no sé si sabré recomponer la sonrisa en el mismo lugar en que la había dejado. En este sendero adverso y sin sentido, en este nudo de carreteras hacia el infierno sólo sé caminar de puntillas, avanzando y retrocediendo en silencio, preguntándome qué hago aquí recorriendo caminos ya agotados. 

Es difícil convivir con la tristeza, reencontrarte con tu espacio desierto y reconocerlo a pesar de la oscuridad. El silencio te enseña que ahora te toca vivir sola, sin las personas que compartían tu mundo, que se han ido lejos, muy lejos de ti, y sólo cabe esperar una breve visita en la que compartir recuerdos y momentos congelados en las fotografías que atesoras en el álbum de tu vida. Y notas que el frío acartona tus dedos mientras las sonrisas que fueron se convierten en metralla. 

En este nuevo puente que la vida te ha puesto a cruzar eres tú y sólo tú la que ha de encontrar motivaciones para seguir viva, aunque no sepas para qué o para quién. Debes poner a trabajar tus vísceras y tu alma para ganar la batalla al bucle de autodestrucción que te hace cada vez más pequeñita en tu nido vacío, tú la que has de recoger todos los pedazos de que estás hecha e intentar recomponerte de la forma más elegante y digna posible. 

Ignoro el tiempo que me queda apostada en esta esquina del crepúsculo, el reloj avanza hacia la eternidad y yo me acerco a mi final. Ahí fuera hay una especie de halo, una energía difusa que me cuida y me protege, una brisa amable que me empuja a la tarea de elegir un vestido para el día, pintarme una sonrisa adecuada, salir al sol que más calienta. Una manera de huir de mí misma ahora que veo más fácil contemplar la vida que hacerla. Los pequeños dolores alcanzan con sus tentáculos todos los movimientos, pero vagar por las ausencias es un dolor lo suficientemente fuerte como para acallar todos los demás. 

Y mientras me bato entre el rechazo al miedo y el silencio que duele mucho más que cualquier ruido, la realidad me obliga a mostrar todas mis cartas, y cada noche, a la hora de las sombras, acabo dibujando con mis pies los contornos del mapa de mi soledad.



Nota: El texto ganó el premio local del IV Certamen Nacional de Relato Corto "Con nombre de mujer" organizado por la Concejalía de Educación y Asuntos Sociales del Excelentísimo Ayuntamiento de Nueva Carteya, y a ella pertenecen todos los derechos. 

lunes, 7 de julio de 2014

COMO VOSOTROS

                                                                                                      A mi tío Antonio
                                                                           que siempre estará en mi corazón.

Es extraño vivir con la sensación de que te haces adulto en un mundo muy distinto al de tu infancia. Que corres, saltas, ruedas por la misma tierra pero en otro mundo, más cercano a ti pero mucho más lejano en realidad. Empeñarse en vivir en el mismo paisaje, pero darte cuenta de que sus colores, aunque vívidos en tu memoria, se tornan sepia y emborronan las figuras que lo habitaban hasta hacerlas desaparecer. Y sientes en el interior de la piel esa brisa templada y suave que ralentiza todos tus movimientos, como si seguir andando hacia una meta invisible dejara de tener sentido, y giras tus ojos, tus manos y tus pies hacia aquel paisaje tan lleno de vida, tan habitado.

Ya no estás, ya no estáis. Ahora me quedo corriendo, saltando y rodando por otro mundo menos cálido, menos cómplice, más desnudo. Y quiero creer que mi paisaje, con todos sus colores primeros, se vuelve a habitar, poco a poco, con la cadencia de las hojas otoñales del nogal, en las entrañas de un cielo sin pasado ni futuro que nos espera. A todos.

Gracias. No nos vamos a olvidar de todo lo que nos enseñasteis, de que siempre hay alguien que nos da la mano, alguien a quien agarrarse y que nos haga sentir menos solos, alguien a quien amar y con quien tirarse al barro de esta vida efímera. Alguien como vosotros.


domingo, 22 de junio de 2014

HELENA CON H

“Sólo alcanza la grandeza quien cuida de los pequeños detalles”.
                                                              José M. Gironella

 

Pasan las horas encapsuladas en los días sin pena ni gloria, una tras otra, a veces hasta sin ruido, alguna vez haciéndose notar. Vivo una vida más, como millones de vidas que pisan la tierra y miran al cielo esperando no sé qué. Tampoco soy exigente en exceso, pedir tranquilidad y paz no creo que sea mucho pedir. Pero de vez en cuando, uno de tus días se rebela, y a empellones sale de la disciplina de tu vida, quiere ser protagonista de un mes de tu almanaque. Y te zarandea el alma como una corriente eléctrica que te recorre desde los tobillos hasta la coronilla y te hace poner en pie.

Creo que fue el siete de abril cuando recibí una llamada en la que me comunicaban que había ganado el premio local del concurso literario organizado por el Ayuntamiento de Nueva Carteya “Con nombre de mujer”. Acababa de entrar en el portal de mi casa, venía con el carrito de la compra hasta los topes, las llaves en la mano, el bolso que no se quedaba quieto en el hombro y el teléfono que no paraba de sonar -quién leches será ahora-.

Era Helena, con hache, Concejala de Igualdad y Asuntos Sociales del Ayuntamiento de mi pueblo. Su voz sonó como musiquilla celestial, anestesiándome la caracola del oído y dejándome mudas las cuerdas vocales. En ese mismo momento puse a trabajar vísceras y alma en un intento por mostrar alegría, entusiasmo, sorpresa, y hasta gratitud, pero no sé si conseguí al menos que Helena no pensara que al otro lado del teléfono había una zombi.

Desde aquel día, Helena se puso en contacto conmigo varias veces, quería saber de mí, de mis inquietudes, de mi trayectoria personal; se acercaba el día de la entrega de premios y andaba la concejala elaborando un texto para presentarme antes de que yo saliera a la palestra a leer el relato premiado. 

El 20 de junio llegó, fue otro día de esos pocos que se rebela contra el tedio y pone tu cerebro a trabajar a marchas forzadas con el fin de controlar las emociones. Helena tomó la palabra y quedó inaugurado el acto para a continuación presentar a esta humilde bloguera sin pretensiones literarias más allá del entretenimiento (como siempre digo). Y aquí viene el motivo de esta entrada tras esta larga perorata para poner al lector en antecedentes:

Helena, tenemos la costumbre de criticar al que creemos hace mal su trabajo o no está a la altura de lo que se esperaba de él, no escatimamos en adjetivos negativos para censurar o vituperar la conducta de alguien, mucho más si de un trabajador público se trata; por ello, yo quiero hoy alabar, elogiar y celebrar con palabras tu labor, tu acertado comportamiento, tu profesionalidad, generosidad y, por qué no, tu trato amable y cariñoso.

Una vez más me dejaste sin palabras, o mejor dicho, con todas ellas atropelladas en la garganta con el peligro que ello suponía pues inmediatamente saldría a leer mi relato “El mapa de la soledad” con un nudo en la boca del estómago. Sé que ocupaste parte de tu valioso tiempo en buscar y encontrar datos míos por este callejón. La presentación tan personalizada, mirándome a los ojos, …me emocionó, me hiciste sentir importante, no todos los días alguien dedica su tiempo a ti, mucho menos regalándote palabras elogiosas y rebosantes de cariño creo que sincero. Hablo por mí, claro, pero sé que los demás premiados y participantes comparten al cien por cien mis palabras. Que todo vaya bien, con naturalidad pero sin dejar ningún cabo suelto, que hagas sentir como en casa a quien de muy lejos llega, que hasta de lo más prosaico subrayes su parte poética, …eso, eso no tiene precio y merece un GRACIAS con mayúsculas.

Gracias Helena, gracias por hacer estos días que se presumían normales días para no olvidar, de ésos que se hacen notar en tu almanaque personal.
Gracias por hacer de la excelencia algo normal en tu trabajo.

Un beso Helena, con hache.

sábado, 31 de mayo de 2014

SILENCIO

“El silencio es el mejor aliado de la belleza.”
                                        Andrés Trapiello “El gato encerrado”



El ruido se queda fuera. Dentro, el silencio se hace denso y deja escuchar sus latidos como golpes gruesos en la piel del vacío. 
Detrás de la ventana cerrada la vida aporrea los cristales, pero sólo consigue colarse tímidamente, como un ladrón en casa ajena.

Hay días en los que sólo quisiera escuchar el silencio, en los que, si el mundo tuviese una ruedecita para el volumen, buscaría un objeto punzante y haría palanca sobre ella hasta hacerla saltar por los aires en trocitos diminutos imposibles de recuperar, y dejaría mudo al mismísimo sordo mundo.
Son esos días en los que te molesta hasta el saludo de los vecinos en el ascensor, y sales a la calle con los dedos cruzados esperando no encontrarte con nadie ni nada que perturbe tu buscada y silenciosa soledad. Son días en los que hasta el trino de los pájaros caracolea incesante por el laberinto de tu oído y se pierde por las paredes internas de tu piel haciendo temblar el sístole de tu corazón.

Hay noches que me regalan sueños en los que es posible un mundo mudo, a pesar de los ruidos.

lunes, 28 de abril de 2014

SIETE

“¡Cuanto más rápido vamos más rápido queremos ir!, supongo que viajar ha pasado de moda, la moda ahora es llegar.”
                       Andrés Neuman          ”El viajero del siglo”



Volvemos a fagocitar los días de lunes a viernes a dentelladas. Nos lanzamos con ganas a la vida amoral y desenfrenada del sábado para acabar muriendo de aburrimiento y desidia en las horas vespertinas del domingo. Andamos por la vida como quien atraviesa un desierto yermo pensando encontrar un oasis repleto de palmeras alrededor de una charca de agua dulce, aunque al cabo sólo se trate de un espejismo y volvamos a la tozuda realidad, a lo de siempre, a la arena en los ojos.
Y siete tras siete, encerrados bajo siete llaves en el círculo mágico, se nos van los días, se nos van los años anhelando oasis al borde del horizonte. Se nos va la vida.


lunes, 24 de marzo de 2014

EXTRAÑO MIEDO

“El pesimismo sólo nos deja ver las espinas en los rosales, la muerte en el hombre, la carne en el amor. Alimentados de pesimismo no vivimos la vida, la sufrimos.” 
             “La sombra del ciprés es alargada” Miguel Delibes.


Extraña esta sensación que no me deja ser. Extraño este nudo en la garganta que me impide sentir, vivir a corazón abierto. Extraño este miedo que frena mis ganas de avanzar, que me arrincona contra la pared de lo posible. No sé si serán los años que llevo clavados entre los ojos como una amenaza, la inercia de la costumbre o la inevitable madurez sobre la que cabalgan mis días lo que me lleva a rastras, como si mis pies fueran de plomo, como si mi cuerpo fuera por su lado y yo por el mío. Qué difícil se lo estoy poniendo a mis huesos, qué difícil tirar de un espíritu convertido en lastre, cómo pesa este pesimismo en el que voy girando sin proponérmelo. Cómo pesa el miedo. 
Ahora es fácil entender por qué de niño se es feliz, nunca tienes conciencia de que tu mundo es finito y se esfumará como diente de león arrastrado por el viento.

Mis pensamientos se van a negro, y pienso en el carácter efímero del tiempo, de la vida; en el sutil, débil, casi invisible hilo que nos sostiene, y lo terriblemente frágil y quebradizo que es el mundo que nos hemos creado. Lo fácilmente que todo se puede derrumbar, en segundos. Sentir la alegría a medias, con la certeza de que no es posible sin el dolor que nos acecha. Poner todo el empeño en vivir a conciencia y empeñarme en destrozar el milagro. 
Vivo en el miedo, y este miedo no me deja vivir.

viernes, 14 de febrero de 2014

VIVIR A CONCIENCIA

"Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida, y dejar a un lado todo lo que no fuese vida, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había vivido."
                                             El club de los poetas muertos


Siempre supe que correr en dirección contraria a las agujas del reloj no evitaría que la sombra de este día rojo acabara por darme alcance. Cuando era niña lo esperaba como campo sediento el agua de lluvia, aunque al cabo pasasen las horas sin pena ni gloria, ni pastel ni regalos, ni lluvia siquiera. Ahora me empeño en ralentizar el goteo de días en caída libre por el borde de los almanaques, pero sólo consigo la frustración de quien intenta parar un tren con las manos. Y no acabo de entender por qué cuanto más me acerco al punto y final, más cerca me siento de mis inicios; y ando perdida entre los recuerdos y el miedo a ese futuro incierto que a todos nos acucia. Es esta nostalgia la que me ha enseñado a valorar lo que tengo, lo que soy; porque el tiempo, que no se ha parado ni un segundo, me traerá nuevos cambios que me harán añorar el hoy cuando ya haya pasado.

lunes, 13 de enero de 2014

VACÍO

“Cuando volví a casa comprobé que la rememoración tan vívida de mejores días no me aportaba el menor consuelo.”
              Miguel Delibes “La sombra del ciprés es alargada”



Ahí estaba, frente a mis ojos que no podían apartar la mirada. Tan vacío de vida y tan lleno de momentos. Por un instante creí que acabaría hablando con él, pero de qué, cómo y de qué se habla con un sillón vacío. 
Nunca nada te llena de soledad como un vacío seco, hondo y rotundo, nunca mis ojos se derramaron sin apenas esfuerzo, sin sollozo ni razón aparente. Son muchos días de silencio ocupando este lugar, pero hay fechas en las que la quietud y el eco silente se clavan con más tino donde más duele. Y claro, os echo de menos. Tanta soledad rebotando contra las paredes de mi alma que por un momento creí oír el crujido del dolor haciendo añicos a un corazón ya malherido. Y piensas que no has hecho bien volviendo al lugar donde has sido feliz, y te obligas a reponerte, te autoconvences y te impones la alegría que aconseja el calendario, aunque hace tiempo que estas fechas no vienen llenas de risas, de abrazos, de espumillón azul colgando de la lámpara y de copitas de anís a deshoras. 

Y te ves ahí, sola frente a un sillón huérfano de vida, con un silencio ruidoso taponando tus oídos y atenazando tu carne desde la boca a la boca del estómago. Muchas preguntas sin respuesta, mucho frío clavando sus garras en tus huesos. Demasiado espacio achicando las paredes hasta la asfixia. Demasiados momentos imposibles en un mundo sin vosotros.
Y sé que no debería escribir cuando estoy triste, pero hay palabras pegadas a los sitios en los que los recuerdos me persiguen y necesitan ser escupidas o lloradas, pero nunca calladas.

Demasiados lugares vacíos de vida y tan llenos de momentos.

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