sábado, 25 de agosto de 2012

EN NINGÚN LUGAR

“Que se me importará a mí
que se sequen las salinas
mientras yo te tenga a ti.

Esteros de Sancti-Petri,
salinas de San Fernando,
espejos de sol y sal
donde se duermen los barcos.”
                                                 Camarón de Isla “Bahía de Cádiz”


En aquella enorme llanura se elije el espacio, el vacío, a pesar de la gente que se hacina en la arena. Regreso de un lugar con olor a mar donde los atardeceres se derrumban en brazos de la belleza. Un lugar donde la brisa madrugaba para despertarme cada mañana acariciando mis rodillas inermes, y un cielo azul oscuro salpicado de estrellas me acostaba cada noche a la derecha de la sonrisa de la luna. He conocido los secretos del otro lado del mundo, silbados y olvidados por el viento de levante en la caracola de mis oídos, y he sabido que las olas nunca llegan con las manos vacías cuando las arrastra el viento de poniente.
He gozado de esa vida horizontal y despreocupada por la que se escapan las horas lentas y ociosas del verano mientras se hace recuento de todos los recuerdos de un largo invierno, y también he olvidado mis pasos hundidos en la arena de la última playa, allí donde gira la espuma y te besa los pies a ras de suelo. Y se marcha.

Quise atrapar el tiempo con todas las fuerzas de un puño, retenerlo entre los dientes, que lo aquietase un algo invisible como al polvo de las cosas la ausencia de aire, pero hay deseos que se piden porque sabemos que nunca se cumplirán; supe desde el principio que el viaje siempre es de ida y vuelta, como el vaivén de las olas, como los veranos en La Isla, que el momento es pasajero y volveré a la (bendita) rutina, que en realidad no nos necesitamos más allá de la costumbre de amanecer juntos quince días, quizá porque sea verdad eso de que como en casa…

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