jueves, 14 de febrero de 2013

LO QUE NUNCA VUELVE

“A los veinte años creía que el tiempo resolvía sus problemas: a los cincuenta tenía ya conciencia de que el verdadero problema era el tiempo.”
                                             António Lobo Antunes “Segundo libro de crónicas”



Un catorce de febrero abrí por primera vez los ojos y me vi con un mundo mágico en las manos del que desconocía que iría menguando hasta desaparecer. Entonces no era consciente ni siquiera de mi existencia, mucho menos de qué haría con aquel puñado de años que me tocaba vivir. Ahora puedo decir que mis recuerdos son testigo fiel de que no malgasté ni uno solo de aquellos minutos, que fueron muchas las personas que llegaron aunque sólo se quedaron las más importantes, y que algunas de las más queridas se marcharon de mi lado para habitarme el corazón hasta el final de mis días. 

Mentiría si no dijese que a veces me echo de menos, que me miro en los espejos y no acabo de reconocerme, que me busco y no me encuentro; aunque algo me grita desde muy adentro que las personas siempre son las mismas, a pesar de las formas redondeadas y las pequeñas arrugas de la risa en los ojos que te devuelve el otro lado, y que los años son testigo de ello, que no te cambian, sólo te echan una mano para relativizar lo que antes era un pesado y oscuro mundo sobre los hombros. 

Hoy me miro las manos, pero no sé leer la línea de la vida, y me da por pensar que el tiempo es cíclico y que sólo hay que esperar el regreso del punto justo de la esfera, quizá porque aún no me creo eso de que lo que se va nunca vuelve. 


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