jueves, 27 de enero de 2011

EL TACTO DE LO FRÍO

“Nada une tanto a las personas como una desgracia vivida, atravesada conjuntamente y superada con ventura.”
                     Ivo Andrić “Un puente sobre el Drina”



                                         A mi madre y a mi prima que no desfallecen en la lucha.

De nuevo  volver a los pasillos silenciosos de miradas caídas y sonrisas derrotadas, a las habitaciones verde hospital sin ventanas y a la luz artificial diurna. Volver al tiempo de espera con las pupilas clavadas en las rodillas. Volver al látex y la lejía, y al sudoku que acelera las manecillas de las horas. Es inútil acompañarse de un libro, quién lee mientras los ojos descoloridos de un niño con gorra y cabeza pelada te preguntan “por qué la vida le pone zancadillas a un niño de ocho años”. Y se me cae el alma al suelo mientras busco una casilla para el ocho que no acaba de encajar en la cuadrícula, ni en la vida. Aparecen batas blancas  fantasmales que atraviesan puertas (o paredes), y desaparecen poniendo a prueba el reloj de la paciencia ajena. Volver a escudriñar con el cristalino interrogante, indiscreta, en otra cara el gesto de la esperanza que calme el desasosiego del que no sabe y teme. Volver al miedo a lo desconocido sin más opción que dejarse llevar como el náufrago que se aferra a su salvavidas en medio de un mar embravecido.

Volver a recordar que nadie está a salvo, que la trinchera se vuelve fina y transparente, vulnerable, frágil, débil, humana.
Volver, otra vez, al tacto de lo frío.

miércoles, 19 de enero de 2011

PÁJAROS SIN JAULA

“Sólo por sentir un poco más de intensidad que quien vive y olvida, escribiré lo que a tontas y a locas se me ocurra. No tengo otro interés ahora. Como quien escribe en el agua. Directamente en ella. Por una parte, cumple así la urgencia de rememorar quién es, dónde está y qué le ha sucedido donde está; por otra, su firme voluntad de que otros ojos no lo lean nunca.”
                                           Antonio Gala   “Los papeles de agua”


Lo nuestro es una relación de imanes. Imposible reconciliar este papel virginal con la yema de mis dedos vehementes. Ni siquiera el café inyectado en vena para mantener alerta mis neuronas durante horas reblandece la celulosa que se aferra altiva a su tiesura. Me tiene ganas. Apenas logro engarzar algunas letras con precisión de relojero y las derrama por mi derecha como si fuesen piezas de un reloj desar(l)mado que se atropellan en la caída, y  ruedan por las baldosas amarillas de la habitación en la que revolotean todos mis pájaros sin jaula.
Derrocho tantas horas en la más nimia frase que se acaban por aburrir las manecillas del reloj como se aburre una farola en el desierto de una madrugada. Como se aburre una luna sin noche. Como se aburre una palabra sin significado.
Se aburre el papel, se aburre la frase.
Escribo líneas azules de uno, dos, tres, cuatro centímetros que se me escapan por los milímetros, y se van transformando en una fina lámina de cristal transparente que acaba resquebrajándose y saltando en mil esquirlas que se clavan justo en la piel de mi decepción, allí donde cada palabra, cada frase, cada párrafo incrustado me recuerda mi manera de no saber escribir.

Quizá debería intentarlo de noche, cuando los pájaros duermen en sus jaulas.

jueves, 13 de enero de 2011

CALLE DEANES

 “Para escribir sobre una ciudad
hace falta haber sido previamente poseído por ella.”
                                      Antonio Muñoz Molina (Córdoba de los omeyas)



Hoy me topé con esta fotografía por casualidad, y vino a mi memoria el recuerdo del año en que me empeñé en estudiar Derecho. Es sorprendente la facilidad que tenemos para alejarnos de los momentos vividos que ni nos hacen sonreír ni nos provocan tristeza o dolor, simplemente forman parte de nuestra vida en la que se supone que también hay momentos insustanciales e irrelevantes. Son recuerdos que olvidamos en el doble fondo de la memoria y rara vez salen a la luz.

La calle Deanes, alfombrada de cantos húmedos y lisos por el paso del tiempo y que erguía sus paredes al cielo impidiendo el paso de los rayos del sol, enlazaba la Facultad de Filosofía y Letras con el centro de la ciudad. En esta Facultad también se estudiaba Derecho a la espera de la construcción de su propio edificio, y se sabía perfectamente por la indumentaria de los estudiantes los que eran de Filosofía y los que éramos de Derecho. Vaqueros y pañuelos enroscados al cuello vivían en (casi)perfecta armonía con tacones altos y jersey al hombro. Siempre me pregunté qué hacía yo en medio de aquella gente tan bien vestida desde primeras horas de la mañana.

La calle Deanes, en pleno corazón de la Judería cordobesa, era un hervidero de turistas entre estudiantes que iban y venían o buscaban un ratito al calor de un café en “la Albolafia”, bar típico de la calle y al que nunca he vuelto tras dejar mis estudios de Derecho. Sus mesas bajas y sus vidrieras de colores en las ventanas que dejaban en penumbra el local, te transportaban a la época árabe de la ciudad, o eso pretendía la decoración.

Poco más puedo recordar de aquellos desempolvados días de Derecho y de paseos por la sombría y fría calle Deanes en los que ni estudié lo suficiente ni hice amistades inolvidables, aunque al mirar la fotografía sí recordé como algo muy especial y hasta un tanto peligroso un hecho que viví en la calle Deanes años después, una Semana Santa inolvidable en la que me pateé todas las calles del casco antiguo y gracias a la cual aprendí a querer a esta ciudad y a mirarla con otros ojos, unos ojos admirados y emocionados:

La noche se posaba suave sobre nuestras cabezas con toda la negrura templada de una avanzada primavera, en el claro de luna que tapizaba las fachadas blancas se proyectaba su sombra que caminaba despacio con la devoción con que se entra en los lugares sagrados, y a lo lejos, el silencio se aproximaba como un reguero de sangre que inevitablemente nos alcanza los zapatos. Por la estrechez de la calle se acercaba Ella besando con sus varales la cal de las esquinas. Mantuve la respiración adhiriendo el estómago a la pared cuyo aliento tibio me silbaba en la nuca a su paso. Noté el olor de la madera de las andas a dos centímetros de la nariz, se me paró el pulso por un momento y sólo pude tomar aire cuando vi alejarse su manto camino a la Catedral.


  

miércoles, 5 de enero de 2011

MI REGALO DE REYES

Los padres mienten.
[...]Al regresar de las vacaciones de Navidad al colegio, comprobé que a todos los de mi clase les habían dicho que los Reyes eran los padres, y todos se lo habían creído.
Estuve a punto de sacarles de su error, pero mi hermano también me había dicho que ni se me ocurriera, porque me tomarían por loco. La conspiración para eliminar esa creencia de la cabeza de los chicos era prácticamente universal y resultaba ingenuo tratar de enfrentarse a ella, pese a las numerosas pruebas existentes, repartidas entre la Biblia, la Historia Sagrada y los propios hechos, pues lo cierto es que aun después de dejar de creer en los Reyes la gente continuaba recibiendo regalos.[...]
                                                               Juan José Millás  "Los objetos nos llaman"




Éste es mi regalo de Reyes, y estoy deseando posar mis manos sobre sus páginas, perderme en ellas buscando quién sabe si a mí misma o al personaje que pude ser. Asomarme a hurtadillas, furtivamente, a cada párrafo, arañar la tinta indeleble de la frase precisa que se quedará para siempre subrayada en mi memoria. Desentrañar cada historia, cada personaje, cada situación, y darles sentido en mi pensamiento que se acomoda cada tarde en un sillón al amparo del calor de una mesa camilla. Dejarme atrapar por el poder de lo ficticio y entreverarme en los renglones de lo que alguien escribió pensando quizá en la caricia de unas retinas que se reconozcan a cada golpe de palabra.

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