jueves, 27 de octubre de 2011

AUSENCIAS

“La amplitud del futuro de antaño se reduce a un presente exiguo. Si abrimos la puerta de la calle lo que hay es un muro. En nuestra sangre circulan más ausencias que glóbulos.”
                                         António Lobo Antunes “Segundo libro de crónicas”



La muerte ha dejado de ser una noción, una palabra con la que dar nombre a la ausencia de alguien ajeno por lo lejano en el tiempo. Cuando yo era niña, la muerte era un marco en la pared con la imagen de un joven vestido con su mejor traje y zapatos relucientes cruzados en postura fingida, o la de una señora de mirada ausente con moño en la nuca y pendientes de perlas negras. Eran la muerte, siempre estuvieron allí, enmarcados en la pared, y desaparecieron con los muebles, las cortinas, las paredes, la casa, y mis abuelos.

Hago memoria y recuerdo el silencio de mi abuelo sentado en una silla apoyada en la pared de la fachada de la casa. Recuerdo cómo canturreaba entre dientes, apenas se le oía, y miraba a lo lejos, hacia los sembrados salpicados de girasoles, y yo veía en sus ojos azules un campo preñado de flores amarillas. Estaba como ausente, esperando otro día, y otro, y otro… hasta que su ausencia se levantó de la silla para mirar hacia los girasoles desde un marco en la pared. Fue entonces cuando la muerte me empezó a doler, y con el paso de los años y la ausencia de los seres queridos, la muerte ha dejado de ser una noción sin nombre enmarcada en la pared. Ahora me hablan con los ojos, los siento cerca y me duelen, porque cada ausencia de alguien querido nos amputa un trozo por dentro, el corazón deja de ser un todo y se convierte en un latido de trozos de piel fina y quebradiza que a la mínima se rompe si aireas las sábanas de la memoria.

Has vivido con ellos y han desaparecido obligándote a aprender a vivir, y aprender a vivir es aprender a morir. Porque la muerte no tiene nombre si no te toca la piel del corazón.

viernes, 14 de octubre de 2011

CAÍN vs ABEL

“Nadie es una sola persona, tú, Caín, eres también Abel.”
                                                  José Saramago “Caín”


Hoy me descubrí una sonrisa de maldad en el espejo. Pensé que sería algo pasajero y me desnudé para meterme en la ducha. Dejé la epidermis colgada del perchero y me abandoné al abrazo del vapor que me vistió de nube.
Quise en aquellos momentos que algún (mal)pensamiento y todas las tensiones del día se licuaran con las gotas de agua que caían por las baldosas blancas de la pared hacia abajo, en delgados hilos de humedad, y comprobé satisfecha que se los tragaba el sumidero en una espiral infinita hacia el abismo donde los malos pensamientos pierden su nombre, aunque a veces te gritan desde el fondo para recordarte que aún no se disolvieron del todo.
A veces es bueno dejarse lavar arterias y tuétano, colocar el cerebro debajo de la ducha, desnudo, justo en el centro, dejando que el agua arrastre, tibia y lenta, todos los trozos de piel muerta que el tiempo nos tatuó a fuego y cincel. También lo que nos hace daño aun naciendo y creciendo desde nosotros mismos.

Salí y me sequé despacio, con cuidado de no abrir heridas, pues a pesar de estar ocultas, las noto como cristales rotos que se clavan por mil aristas que te recuerdan que aún no han dejado de supurar.
Me noté limpia, por fuera y por dentro, como una hoja de papel en blanco en la que escribir de nuevo.
Lo que no he llegado a comprender es por qué aún mantengo esa estúpida sonrisa en el espejo.

jueves, 6 de octubre de 2011

CONTANDO MINUTOS

“Lo que se tarda en aceptar, lo que se acepta sólo con la madurez, es que no hay salvación para nadie en ningún sitio, que no hay una franja mágica de vida donde se detiene el tiempo y se es feliz para siempre”
                                                                 Francisco Umbral “Las ninfas”




Echar la vista atrás y darte cuenta de que pasó media vida, quizá la mejor de las mitades, quién sabe. Que todo haya pasado tan deprisa me parece ahora algo relativo, y tengo la certeza de que no podía ser de otra manera, imposible bajarse del tren de alta velocidad en que nos subimos al nacer. Porque no es el tiempo el que acelera o frena, el tiempo siempre se rige por sus mismas reglas y limitaciones, somos nosotros los que vivimos a distintas velocidades, con la lentitud pegajosa de los niños, la prisa loca de los adolescentes o la carrera final, desbocada a pesar de la torpeza, hacia la meta de los viejos.
Alguna vez pensé dejar de usar reloj creyendo que así el tiempo ralentizaría su carrera loca y adoptaría el ritmo lento y pausado de los tiovivos. Que podría degustar los minutos por separado, atrapándolos con todos los sentidos, tocarlos, charlar con ellos y recordarlo después, verlos arrastrarse, uno tras otro, en el giro invisible de la estela de las agujas, oír el tris quebradizo al chocar en la caída contra su esfera de cristal, y palpar con las yemas de los dedos la alfombra usada, el tapiz deshilachado de tiempo vivido.
Pero siempre quedan relojes colgados de todas las paredes dispuestos a despertarte de tu vida soñada a cámara lenta, y espejos que sólo congelan los minutos de las casas deshabitadas. Y yo hace tiempo decidí habitar la piel que me viste en cada momento, vivir la vida, sin pensar en los relojes.

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